Milagro
en Parque Chas
Por Inés Fernandez Moreno, ("Cuentos de Fútbol
Argentino, editado por Alfaguara".
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cuento]
Cuento
"Gándara y Londres"
Desde
el barrio de Mataderos nos enviaron el cuento "Gándara
y Londres". Alejandra Venturelli, su autora, nos
confesó que no conoce Parque Chas y que para
escribirlo se inspiró en un plano y en la historia
del barrio publicada en este Portal.
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cuento]
Cuento "Ilsa Lund",
de Leonardo Killian
La
historia me llegó un domingo por la tarde, aburrido
y húmedo, en el bar Colón, a esa hora
vacío o casi, con la sola presencia de Macedo,
dueño, cocinero y mozo quien leía la Quinta,
lapicera en mano, junto a la ventana que da a Triunvirato;
vaya uno a saber qué resultados o combinación
timbera estaba anotando... [leer
cuento]
Cuento
Laberinto Urbano, de
Eduardo D. Suárez
- ¡Qué
noche perra! -rezongó Roberto con bronca mientas
manejaba su taxi en medio de la tormenta. Fijó
la vista y acompañó el vaivén del
limpiaparabrisas, que como un metrónomo acompasaba
la lluvia. Había salido a trabajar en el turno
tarde y a pesar del día, aparentemente propicio
para los taxis, los viajes habían sido escasos...
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cuento]
Parque
Chas/El Laberinto Circular
Por Jorge Götling (Diario Clarín 5-10-2003)
Un coto cerrado, un barrio
residencial plácido y amable erigido sobre una
planicie unánime: casas al ras, chalés de
dos plantas, claros, ventilados, con sol. Parque Chas
todavía es un fuerte ubicado en un verde pulmón
de la ciudad, defendido por cuatro fronteras: Triunvirato,
De los Incas, Constituyentes y Pampa. Y decididamente
infranqueable para quien ignore las particularidades de
su estructura: sus calles interiores son circulares, concéntricas,
cruzadas por otras paralelas.
El laberinto es terror de carteros
nuevos, supone encrucijadas que se repiten, como las
alucinaciones y las pesadillas: hay dos esquinas Bauness
y Victorica separadas por 400 metros. Las redondas remiten
a los primeros sueños de viajero, Berlín,
Dublín, Atenas, Budapest, Constantinopla, Londres,
Hamburgo o Bucarest. Omitirlas para salir al afuera,
es uno de sus secretos. Veredas idénticas, cuidadas,
suficientemente oscuras como para disfrutar un claro
de luna rotundo, casi espectral, como en el campo.
En los años de plomo trucharon
exclusiones del código de edificación
y se erigieron cuatro edificios, las únicas alturas
del Parque Chas. En el resto, persiste la postal de
otros tiempos, silencio de siesta, atmósfera
de seguridad heredada de su construcción laberíntica
y de la falta de comercios. Hay tres plazas, una farmacia,
también una única panadería, la
misma carnicería de los 50 y varios quioscos.
La plaza tiene apodo vecinal: la
llaman El Trébol, como el club emblemático
que la enfrenta. Allí, reunión de veteranos
y jubilados, naipes, dominó, mentiras, algún
Chinato Garda y la tristeza instalada con la misma naturalidad
con la que se instala en sus mesas el vino o las moscas.
La iglesia San Alfonso, el Colegio
Petronila, el Club Parque Chas son otras condecoraciones.
De su gimnasio partieron Abel Laudonio y Cucuza Bruno.
En sus carnavales, ella y él sostuvieron las
primeras húmedas promesas. En el canto de los
pájaros del barrio, dicen que un eco las recuerda.
Mitos
y realidades de los escritores de Parque Chas
Por Nuri Mateu
(permitida su reproducción
mencionando a la fuente y la Autora)
La personalidad de cada
barrio está determinada por el origen de sus habitantes,
su topografía y los sucesos históricos.
Por eso Borges puede ubicar sus cuchilleros en Palermo,
Sábato sus torturados personajes en Belgrano, y
los autores de Tango traen al bailarín compadrito
luciendo sus pasos por las cortadas de Barracas al Sur.
Este relato intenta demostrar que Parque Chas se presta
para elaborar cualquier fantasía, por más
disparatada que ésta sea, (éste cuento incluido).
Pero... ¿qué es lo que atrae de Parque Chas?
Sin duda su misterio, que alimentado por el espíritu
del Minotauro de Creta, inspiró relatos que ni
los refutadores de leyendas de las crónicas del
"Angel Gris" pudieron con ellos.
Una de las excepciones fue Luis Luchi, que debía
su inspiración a su entrañable amor al barrio,
y soñaba con fundar "La República Independiente
de Parque Chas". De su casa de Tréveris, y
luego de Bauness y Bauness surgían innumerables
obras. Cuando tuvo que irse en el 76, enfiló hacia
Barcelona, donde la nostalgia nunca lo abandonó.
Sin lograr la vuelta definitiva, recuperamos algo de su
presencia a través de su último libro "Amores
y Poemas de Parque Chas".
En el año 87, el guionista Ricardo Barreiro y el
dibujante Eduardo Risso comienzan a publicar en la revista
"Fierro" su historieta de mitos y leyendas "Parque
Chas I y II" que tuvo trascendencia fuera del país
y fue editada en Europa (Italia, Francia).
Sus protagonistas vivían un sinfín de aventuras,
hasta hallar en los sótanos de una escuela el libro
misterioso de los secretos, el conocimiento, la sabiduría
y la locura, y terminan encontrando la realidad.
En la novela "El cantor de tango" aún
inédita, de Tomás Eloy Martínez,
la acción transcurre en Parque Chas y Villa Urquiza.
Jorge Humberto Ghersa nos cuenta de cómo Cacho
despistó a la muerte corriendo por Berna, Bruselas,
Victorica...
También están los que van en busca de aventuras
y se sienten frustados cuandon encuentran enseguida la
salida, como le ocurrió al humorista Rep en ocasión
de nuestro 75 aniversario.
Pero el que hizo a Parque Chas, sin duda fue Dolina.
En su crónica "Perdidos en Parque Chas"
relata las peripecias de Mandeb y sus amigos en aquel
baile de la calle Budapest, al que nunca llegaron, su
encuentro con el viejito que desde el año 39 vive
del quisco que instalo, soñando con encontrar la
salida y volver a su viejo barrio de Villa Crespo, del
que imprudentemente salió un día.
En "La manzana misteriosa" afirma que es imposible
dar la vuelta a una manzana acotada por las calles Berna,
Marsella, La Haya y Ginebra. Exploradores franceses y
urbanistas catalanes probaron suerte formando equipos
numerosos que partian para diversos lados y nunca conseguían
regresar al punto de partida. Suconclusión es que
en realidad conviene no acercarse nunca a Parque Chas.
Hay quien dice que los cuentos de Dolina son trabajos
por encargo, de los mismos vecinos, claro, que celosos
y conservadores de sus costumbres quieren desalentar a
los intrusos que podrían perturbar su tranquilidad.
Ni los colectivos son bien vistos por aquí. ¿Recuerdan
ese ómnibus enloquecido del Bestiario de Cortázar?
Entraba por la Agronomía, bordeaba el barrio por
Chorroarín a toda carrera, y no paraba hasta la
Chacarita.
¿Alguien recuerda que pasó con la línea
9 de colectivos?
¡Desapareció!... ¿ la 187?... ¡
Lo mismo!...
Hernan Torrado, un escritor de La Siberia, en su cuento
"Línea 187" habla de la vieja leyenda
que dice que una de las tantas entradas al infierno está
en Parque Chas, y que la línea tenía un
interno, el 666 que era el encargado de reclutar adeptos,
y nunca más se lo volvía a ver. Un día,
buscando datos junto con un amigo, lo vieron estacionado
junto al cordón de la vereda, desde donde fueron
invitados a subir, pero no aceptaron.
En otra ocasión, Hernan, en su libro "El campo
de las manzanas" se sintió émulo del
Dante, y decidió bajar al averno guiado por Virgilio
en su versión porteña de Leopoldo Marechal.
Entraron por la calle Tréveris , por donde retornaron
luego de una infernal aventura.
Eduardo Mignogna, que pasaba los veranos con sus abuelos
en Bauness y Cádiz, reconoce que los relatos escuchados
por boca de los primeros inmigrantes, influyeron en determinar
su posterior vocación.
Cuando un escritor del barrio descubrió que ILSA,
la protagonista de Casablanca, después de separarse
de Ricky, apareció de incógnito en Parque
Chas, y envejeció dando clases de francés,
fue allí donde me animé a contar mi historia.
Fue allá por los sesenta y algo, y me la contó
un viejito que vivía en una que vivía en
una casa cuya familia yo frecuentaba por razones sentimentales.
En tono confidencial, del cual hacía cómplice
a toda la familia, nos decía como un día,
por las cercanías de Dublín y Liverpool
apareció un hombre alto, buen mozo, pelo oscuro,
de finos modales y gesto algo receloso. Casi nunca hablaba,
y cuando lo hacía, por necesidad, revelaba un acento
no identificable. Al parecer, se alojaba no muy lejos
de allí.
Los muchachos lo observaban con desconfianza, porque habían
visto a más de una chica suspirar cuando lo veían.
Pero él siempre daba la sensación de escapar
de cualquier situación.
Unos meses después, otro hombre desconocido irrumpió
en el barrio, sacando una foto de su bolsillo que cada
tanto mostraba a los vecinos.
Lo veían pasar dando vueltas por Berlín
y Gándara, girar sobre sus pasos, mirar para atrás
desconcertado, pasar por la esquina de Berlín y
Gándara una y otra vez, comparar una con otra,
y comenzar a dar signos de estar volviéndose loco.
Un día lo vieron abatido, con expresión
vencida, tomando una ginebra en el Bar de Turín
y Barzana.
Entretanto...¿Qué había pasado con
el hombre pintón, de modales refinados? Parece
que recaló en la casa de la viuda.
Sofía, la de la calle Londres, que se lo acaparó
apenas lo vió, pero él se ingeniaba por
las madrugadas para recorrer las salidas, y así
escapar en el momento justo. Como era muy inteligente
no le costó mucho.
Ya habrán adivinado de quién se trataba.
Sí, era el mismísimo Dr. Richard Kimble,
el fugitivo, que había llegado a éstos lares
siguiendo la pista del hombre manco, y el hombrecito de
gesto hosco y malvado era el impecable inspector Gerard,
que sufría una nueva frustación.
Dicen que una vez terminada la serie no se lo vió
más por ningún lugar, y se cree que no logró
salir del barrio, pero debido a que a él también
lo atrapó una viuda, aunque un poco más
entrada en años y en carnes, y muy convincente,
pero ésta ya es otra historia.
Linea
187
Por Hernán Torrado
Tomesé cualquier calle de
Buenos Aires, Quintino Bocayuba, por ejemplo. Si usted
la sigue en un sentido determinado, en algún
momento llegará al río; de esta manera,
todas las calles de Buenos Aires conducen al Plata,
menos las de Parque Chas.
Dicen las malas lenguas, que Luis Luchi quien
vivió en la esquina de Bauness y Bauness- salió
una tarde a dar un paseo por Parque Chas. Descuidado,
dobló en una esquina y apareció en Barcelona.
Le gustó y se quedó.
En el manual del buen taxista está
terminantemente prohibido tomar por aquellas calles
que tengan nombre de capital europea. Las probables
salidas conocidas, son tres: la esquina de Triunvirato
y Tamborín, la de Juan Bautista Alberdi y Víctor
Martínez (en Caballito) y la ciudad donde reside
Luchi.
Sin embargo, la línea 187 penetraba en el barrio.
En un principio era el 9. Después tuvo el número
107, pero, como ya había otros que usaban esa
cifra los directivos desistieron de su propósito
y adoptaron el mitológico 187, que iba desde
Chacarita hasta José L. Suarez. Los propietarios
eran los mismos que los de la 127.
Destino funesto el de esta línea cuyo fin estaba
marcado por los dioses aún antes de que planificara
su existencia. Quien creo el recorrido quiso que pasara
por esa demostración práctica del eterno
retorno que es Parque Chas, donde las calles van en
círculo, naciendo y muriendo en un mismo punto
en una redestrucción y una reconstrucción.
Para atravesar el barrio fue menester la confección
de mapas y hojas de ruta, que los choferes llevaban
pegadas en los vidrios para no perderse.
En la noche del 6 de marzo de 1983, un grupo de delincuentes
entró en la terminal de la línea 187.
Robaron cinco millones de pesos argentinos y, a modo
de chanza, sacaron de los coches los mapas que indicaban
cómo cruzar Parque Chas y los tiraron en una
desconocida alcantarilla de la Avenida Triunvirato.
Los dueños no encontraron quien les confeccionara
nuevos mapas y, como los originales se habían
perdido en 1957, al poco tiempo todos los coches estaban
extraviados en el barrio.
Sólo se volvió a ver a un chofer con su
pasaje que, cuando al coche se le acabó el gas
oil, lograron alcanzar a pie, y muy a duras penas, la
Avenida de los Incas. Se salvaron después de
meses de peregrinar.
Cuenta una vieja leyenda que en Parque Chas se encontraba
una de las tantas entradas al infierno. Dicen que el
mismísimo Bel Zebuth solía captar adeptos
en un ómnibus de esta línea, el interno
666. Quienes tomaban ese colectivo solo sacaban pasaje
de ida para el averno y nunca más se los volvía
a ver.
Aún después de la extraña pérdida
de la línea, hay testigos que afirman haber visto
al coche 666 subiendo a los últimos despistados,
que no tenían noticias sobre la extraña
desaparición de los 187 y todavía esperaban
ilusionados el colectivo.
Con Daniel Quintero, una noche seguimos a pie el recorrido
de la 187 para obtener carteles que demostraran la existencia
de esta línea. Mientras desatornillábamos
uno de los que había hecho instalar Cacciatore,
vimos sorprendidos que a la vera del cordón se
había detenido un coche. Era el interno 666.
Desde la puerta nos invitaban a subir: no aceptamos.
Según expertos en este tema, el príncipe
de las tinieblas y Señor de las Moscas dejó
hace algunos meses el 187 y hoy se muestra galante en
un 112.
Durante algún tiempo mis amigo
utilizaron esta pequeña noticia histórica
para ganarse la simpatía de las minusas en las
bailantas del Once, con resultados bastantes satisfactorios.
Ariel Yapur, sin ir más lejos, anduvo durante
meses con un bagayo que igual se habría levantado
sin necesidad de contarle esta historia; pero él
le atribuía propiedades mágicas, creía
que entre líneas se encontraba una palabra secreta
que lograba automáticamente el sometimiento del
sexo opuesto. Después se rectificó.
Curiosamente, nunca usé esta historia con los
fines altruistas que le dieron mis amigos. Sólo
me dediqué a escribir una cuidada versión
para una revista, que después cedió cortésmente
a las modificaciones hasta ser incluida en este volumen
Historia
de la manzana misteriosa de Parque Chas
en Crónicas del Angel
Gris - Alejandro Dolina
© Copyright
Editorial Colihue - 1996
Existe en el barrio de Parque
Chas una manzana acotada por las calles Berna, Marsella,
La Haya y Ginebra.
No es posible dar la vuelta a esa manzana.
Si alguien lo intenta, aparece en cualquier otro lugar
del barrio, por más que haya observado el método
riguroso de girar siempre a la izquierda o siempre
a la derecha.
Muchos investigadores han intentado la experiencia
formando grupos numerosos. Los resultados han sido
desalentadores. A veces sucede que el paseante sigue
en la misma calle aún después de doblar
una esquina.
En 1957, un grupo de exploradores franceses desembocó
inexplicablemente en la estación de Villa Urquiza.
Urbanistas catalanes probaron suerte formando dos
equipos y partiendo cada uno en dirección opuesta.
En cualquier manzana de la ciudad es fatal que los
grupos se encuentren en la mitad del recorrido. Pero
en este lugar no sucede tal cosa y hasta se han dado
casos en que un equipo alcanza al otro por detrás.
Los más pertinaces han realizado excursiones
a través de los fondos de las casas, con el
resultado de aparecer siempre dejando a sus espaldas
calles que no habían cruzado jamás.
En estas experiencias se descubrió que muchos
vecinos son incapaces de indicar en qué calle
viven. Asimismo existen casas que no dan a ninguna
calle. Sus habitantes se alimentan de sus propios
cultivos o de lo que generosamente les pasan por sobre
las medianeras.
Los taxistas afirman que ningún camino conduce
a la esquina de Ávalos y Cádiz y que
por lo tanto es imposible llegar a ese lugar. En realidad,
conviene no acercarse nunca a Parque Chas.
Halloween
en Parque Chas
(Colección Zona de Pesadilla
- 113 pág. Ediciones De la Mar)
Autora: Silvia Urich
Halloween en Parque Chas
es una historia de suspenso que forma parte de la Colección
infantil "Zona de Pesadilla" de Ediciones
de la Mar. La autora del libro Silvia Urich, que es
vecina de Villa Urquiza, nos comentó que la idea
de escribir una historia que se desarrollara en Parque
Chas fue del editor que vive en Santa Teresita, quien
había escuchado hablar que en la ciudad de Buenos
Aires existía un mítico barrio-laberinto.
La autora nos explica que en las historias de Zona de
Pesadilla los lugares son protagonistas. Transcurren
en ciudades o barrios de argentina famosos por tener
historias fantásticas, como por ejemplo el Riachuelo,
el Hotel "El Edén" de La Falda en Córdoba
y en este caso Parque Chas.
La historia sucede durante la noche de brujas en la
que Pablo y sus amigos fueron invitados a la fiesta
de Halloween en Parque Chas, el barrio laberinto. La
cita es la casa de Rupert, el nuevo y extraño
compañero de colegio. Hacia allí fueron
los chicos, disfrazados y dispuestos a asustar a los
vecionos del barrio. Pero la noche de brujas no sería
tan fácil. Rupert, tenía planeado algo
muy especial para sus amigos.
|
"Plaza
de mi barrio"
Autora: Cristina
Suárez
Pedazo pequeño de
mi lindo barrio
por tus bancos pasaron
horas de juventud, de amor y de aventuras.
De tus canteros llenos de rosales
se puede oir el bullicio de la vida,
de los niños que rondan con sus juegos
sus espíritus jovenes, audaces e indomables.
Pedazo pequeño de mi lindo barrio
puedo ver en las arrugas de los viejos
los surcos de las huellas de la vida.
El antiguo campanario de la iglesia
resonó en mis oidos
volviendo a sentir el peso del pasado
que como un lejano eco lastimero, pudo mostrarme
la historia fiel de esa época distante.
Sin embargo, pedazo pequeño de mi lindo barrio
al mirarte, vuelve a mi la alegría
pues puedo imaginar sueños de oro
que renacerán de nuevo cada día,
mostrando como brillan radiante
el sol, la primavera y la luz de otro día.
Nota: Cristina Suárez
vivió su infancia en Parque Chas en la calle Gándara
entre Burela Y Altolaguirre
Tomás
Eloy Martinez:
Fragmento del
penúltimo capítulo del "Cantor de Tango",
cuya historia se ubica en Parque Chas:
"Al anochecer, cuando rugía
el tránsito y mi inteligencia era derrotada por
la prosa de los teóricos poscoloniales, me entretenía
hojeando el cuaderno de contabilidad de Bonorino, que
abundaba en laboriosas definiciones ilustradas de palabras
como facón, piolín, Uqbar, yerba mate, fernet,
percal, a la vez que incluía un extenso apartado
sobre los inventos argentinos, como la estilográfica
a bolita o birome, el dulce de leche, la identificación
dactiloscópica y la picana eléctrica, dos
de los cuales se deben no al ingenio nativo sino al de
un dálmata y un húngaro.
Las referencias eran inagotables y, si abría el
volumen al azar, nunca tropezaba con la misma página,
como sucede en El libro de arena, que Bonorino citaba
con frecuencia. Una tarde, distraído, encontré
un largo apartado sobre Parque Chas, y mientras lo leía,
pensé que ya era tiempo de conocer el último
barrio donde había cantado Martel.
Según informaba el bibliotecario, el paraje debe
su nombre a unos campos infértiles heredados por
el doctor Vicente Chas, en cuyo centro se alzaba la chimenea
de un horno de ladrillos. Poco antes de morir en 1928,
el doctor Chas libró un pleito enconado con el
gobierno de Buenos Aires, que pretendía clausurar
el horno por el daño que causaba a los pulmones
de los vecinos, a la vez que impedía prolongar
hacia el oeste el trazado de la avenida de los Incas,
bloqueado por la brutal chimenea.
La verdad era que el municipio eligió ese lugar
para ejecutar un ambicioso proyecto radiocéntrico
de los jóvenes ingenieros Frehner y Guerrico, cuyo
diseño copiaba el dédalo sobre los pecados
del mundo y la esperanza del paraíso que está
bajo la cúpula de la iglesia San Vitale, en Ravenna.
Bonorino conjeturaba, sin embargo, que el trazado circular
del barrio obedecía a un plan secreto de comunistas
y anarquistas para proporcionarse refugio en tiempos de
incertidumbre. Su tesis estaba inspirada en la pasión
por las conspiraciones que caracteriza a los habitantes
de Buenos Aires.
¿Cómo explicar, si no, que allí la
diagonal mayor se hubiera llamado La Internacional antes
de ser la avenida General Victorica, o que la calle Berlín
figurara en algunos planos como Bakunin, y que una pequeña
arteria de cuatrocientos metros se llamara Treveris, en
alusión a Trier o Trèves, la ciudad natal
de Karl Marx?
"Un colega de la biblioteca de Montserrat avecindado
en Parque Chas", anotó Bonorino en su cuaderno,
"me guió una mañana por ese enredo
de zigzags y desvíos hasta llegar a la esquina
de Ávalos y Berlín. Para poner a prueba
las dificultades del laberinto, insistió en que
me alejara cien metros en cualquier dirección y
regresara luego por el mismo derrotero. Si tardaba más
de media hora, prometía ir en mi busca.
Me perdí, aunque no sabría decir si fue
a la ida o a la vuelta. Ya el blanco sol intolerable de
las doce del día era el sol amarillo que precede
al anochecer, y por más vueltas que daba, no conseguía
orientarme. En un rapto de inspiración, mi colega
salió a rastrearme. Oscurecía cuando me
vio por fin en la esquina de Londres y Dublín,
a pocos pasos del sitio donde nos habíamos separado.
Me notó, dijo, desencajado y sediento.
Cuando volví de la expedición, me acometió
una fiebre persistente. Cientos de personas se han perdido
en las calles engañosas de Parque Chas, donde parece
estar situado el intersticio que divide la realidad de
las ficciones de Buenos Aires. En cada gran ciudad hay,
como se sabe, una de esas líneas de alta densidad,
semejante a los agujeros negros del espacio, que modifica
la naturaleza de los que la cruzan.
Por una lectura de viejas guías telefónicas
deduje que el peligroso punto está en el rectángulo
limitado por las calles Hamburgo, Bauness, Gándara
y Bucarelli, donde algunas casas fueron habitadas, hace
siete décadas, por las vecinas Helene Jacoba Krig,
Emma Zunz, Alina Reyes de Aráoz, María Mabel
Sáenz y Jacinta Vélez, convertidas luego
en personajes de ficción. Pero la gente del barrio
lo sitúa en la avenida de los Incas, donde están
las ruinas del horno de ladrillos."
Lo que decía Bonorino no me permitía entender
por qué Martel había cantado en Parque Chas.
El delirio sobre la línea divisoria entre realidad
y ficción nada tenía que ver con sus intentos
anteriores por capturar el pasado -nunca creí que
el cantor se interesara por el pasado de la imaginación-,
y algunos relatos populares sobre las andanzas del Pibe
Cabeza y otros malvivientes por el laberinto carecían
de vínculos, en caso de ser ciertos, con la historia
mayor de la ciudad.
Pasé dos tardes en la biblioteca del Congreso informándome
sobre la vida de Parque Chas. Verifiqué que allí
no se habían abierto centros anarquistas ni comunistas.
Busqué con prolijidad si algunos apóstoles
de la violencia libertaria -como los llamaba Osvaldo Bayer-
hallaron refugio en el dédalo antes de ser llevados
a la cárcel de Ushuaia o al pelotón de fusilamiento,
pero sus vidas habían sucedido en lugares más
céntricos de Buenos Aires.
Ya que el barrio me resultaba tan esquivo, fui a conocerlo.
Una mañana temprano abordé el colectivo
que iba desde Constitución hasta la avenida Triunvirato,
enfilé hacia el oeste y me interné en la
tierra incógnita. Al llegar a la calle Cádiz,
el paisaje se convirtió en una sucesión
de círculos -si acaso los círculos pueden
ser sucesivos-, y de pronto no supe dónde estaba.
Caminé más de dos horas sin moverme casi.
En cada recodo vi el nombre de una ciudad, Ginebra, La
Haya, Dublin, Londres, Marsella, Constantinopla, Copenhague.
Las casas estaban una al lado de la otra, sin espacios
de separación, pero los arquitectos se habían
ingeniado para que las líneas rectas parecieran
curvas, o al revés.
Aunque algunas tenían dinteles rosas y otras porches
azules -también había fachadas lisas, pintadas
de blanco-, era difícil distinguirlas: más
de una casa llevaba el mismo número, digamos el
184, y en varias creí observar las mismas cortinas
y el mismo perro asomando el hocico por la ventana. Caminé
bajo un sol impío sin cruzarme con un alma. No
sé cómo desemboqué en una plaza cercada
por una reja negra.
Hasta entonces sólo había visto edificaciones
de una planta o dos, pero alrededor de aquel cuadrado
se alzaban torres altas, también iguales, de cuyas
ventanas colgaban banderas de clubes de fútbol.
Retrocedí unos pasos y las torres se apagaron como
un fósforo.
Otra vez me vi perdido entre las espirales de las casas
bajas. Desandé el camino hacia atrás, tratando
de que cada paso repitiera los que había dado en
dirección inversa, y así volví a
encontrar la plaza, aunque no en el punto donde la había
dejado sino en otro, diagonal al anterior.
Por un momento pensé que era víctima de
una alucinación, pero el toldo verde bajo el cual
acababa de estar hacía menos de un minuto brillaba
bajo el sol a cien metros de distancia, y en su lugar
aparecía ahora un negocio que se postulaba como
El Palacio de los Sandwiches, aunque en verdad era un
kiosco que exhibía caramelos y refrescos.
Lo atendía un adolescente con una enorme gorra
de visera que le cubría los ojos. Me alivió
ver al fin un ser humano capaz de explicar en qué
punto del dédalo nos encontrábamos.
Atiné a pedirle una botella de agua mineral, porque
me consumía la sed, pero antes de que terminara
la oración el muchacho respondió "No
hay", y desapareció detrás de una cortina.
Durante un rato golpeé las manos para llamar su
atención, hasta que me di cuenta que mientras yo
estuviera allí no regresaría.
Antes de salir, había fotocopiado de la guía
Lumi un mapa de Parque Chas muy detallado, que mostraba
las entradas y salidas. En el mapa había un espacio
grisado que tal vez fuera una plaza, pero su forma era
la de un rectángulo irregular y no cuadrada como
la que tenía frente a mí.
A diferencia de las callejuelas por las que había
caminado antes, en la que ahora estaba no había
placas con nombres ni números en la fachada de
las casas, por lo que resolví avanzar en línea
recta desde el kiosco hacia el oeste. Tuve la sensación
de que, cuanto más andaba, más se alargaba
la acera, como si estuviera moviéndome sobre una
cinta sin fin.
Era mediodía según mi reloj, y las casas
por las que pasé estaban cerradas y, al parecer,
vacías. Tuve la impresión de que también
el tiempo estaba desplazándose de manera caprichosa,
como las calles, pero ya me daba lo mismo si eran las
seis de la tarde o las diez de la mañana.
El peso del sol se volvió insoportable. Me moría
de sed. Si descubría signos de vida en alguna casa,
llamaría y llamaría sin parar hasta que
alguien apareciera con un vaso de agua".
BARRIO
PARQUE CHAS
por Antonio A. Spinelli
Baldíos
que entre alfalfas y pantanos
Abrazaron mariposas con historia,
Recuerdos que enriquecen la memoria
Recorriendo mis latidos y mis manos,
Imágenes ardientes del arcano,
Oropeles con sabor de antigua gloria.
Pajaritos
que con alas de ilusiones
Adornaron mi jaulón de fantasías,
Reinando entre tristezas y alegrías
Que sembraron un jardín de evocaciones,
Unidos rescatemos reflexiones
Encerradas en un tiempo de armonías.
Calles
tuertas, cortadas escondidas,
Hornos, fútbol, bolitas y rayuela,
Alto el fuego y rabonas a la escuela
Son mil llamas que hoy encienden nuestras vidas
LAS
BOLITAS Y LA VIDA por
Antonio A. Spinelli
Son mil páginas
de historia sin "LANFETA"
los "ojitos" el "MI ÑATI" un
"RECULIE",
aquel "HOYO" y un rectángulo de vida
donde hincaba mi rodilla en el ayer.
En tu hueco se apoyaba
la conquista,
con caricia de "BOLITAS" y niñez;
yo soy "MANO", va "DE VUELTA",
al "TIRO Y COLA",
van rodando mis recuerdos al volver.
Voy saltando en las estrellas
del pasado,
sol y luna de una imagen que se fue,
vuelve atada con la aurora de mi vida
y en el hilo de tu sangre vuelvo a ser.
Los recuerdo, mis anhelos,
el futuro,
son "BOLITAS" de un "TRIANGULO" y
no sé,
si encerrarlo entre catertos, la salida,
por la puerta del que triunfa lograré.
Se
"QUEMARON" las bolitas en el juego
Y "CACHUZAS" se volvieron por vencer;
veo un hombre en "CARAMBOLAS" de la vida:
"QUENA" arrugas y es "CACHUZO" con
su fe.das
CRONICAS
DEL ANGEL GRIS Refutación
de los viajes (en Crónicas del Angel Gris) Alejandro
Dolina - ©
Copyright Editorial Colihue - 1996
Perdidos en Parque Chas es la crónica
de una frustada noche de garufa.
Mandeb y sus amigos fueron invitados a un baile en la calle
Bucarest.
Desdeñando las advertencias de los hombres sabios,
se internaron en el barrio sin salida.
Y ya se sabe lo que ocurre en Parque Chas: uno se pierde
irremediablemente. Vale la Pena transcribir una líneas.
"A eso de las doce, llegamos a la misma cigarrería.
Ya era la quinta vez.
Como en las otras ocasiones, interrogamos al viejo que atendía.
Sus indicaciones fueron nuevamente distintas. Loco de furor,
salté sobre el mostrador y comencé a estrangularlo.
-Viejo mentiroso... ¿cuál es la calle Bucarest?
¿Cómo se sale de este infierno?
-El anciano acabó por confesar que no lo sabía.
Muy compungido, admitió que él mismo había
desembocado en Parque Chas en 1939. No habiendo podido salir
de allí, se resignó a instalar un quiosco,
gracias al cual sobrevivía, aunque abrigaba el secreto
anhelo de volver a Villa Crespo, barrio del que nunca debió
salir."
Este capítulo finaliza con la providencial intervención
de un taximetrero, quien si bien no acertó a llevarlos
a la calle Bucarest, por lo menos los sacó -después
de varias horas- a la Avenida de los Incas.
Carlos
Castro
("Mi Buenos Aires vivido",
ed. del autor, 1997)
Parque Chas:
Dicen que quien no se perdió alguna vez en los
recovecos del barrio de Parque Chas es porque no ha
recorrido la ciudad lo suficiente. A mí me ocurrió
una noche de invierno, volviendo a mi casa en auto y
queriendo acortar camino.
No se veía un alma para preguntarle, y di vueltas
hasta que vi algo muy iluminado que parecía una
avenida y por ahí me escapé. No me imaginé
en ese momento que un tiempo después pasaría
a vivir en ese barrio durante varios años, y
volvería a perderme, pero ahora en forma voluntaria,
dando vueltas por sus tranquilas callecitas.
Puedo decir, salvando las distancias de personas y lugares,
como dijo José Martí hablando de los Estados
Unidos: "Viví dentro del monstruo y le conozco
las entrañas". Hay dos calles que cruzan
el barrio en forma recta, Gándara y Gral. Victorica.
El resto, incluyendo una calle totalmente circular,
Berlín , no es más que un laberinto para
extraños.
Buenos
Aires vos y yo
Música: Osvaldo Avena
Letra: Héctor Negro
Sé que
te trajo Buenos Aires nuevamente,
que no pudiste olvidar así nomás
ni tus recuerdos, ni tu esquina, ni tu gente
ni aquellos besos que te di por Parque Chas.
¡Qué
ganas locas de mostrarte el barrio nuevo
al que lejano le buscabas el color!
El mismo cielo que en las manos hoy te llevo
ya no es el mismo que mojaste con tu adiós.
Y te prometo
que muy juntos andaremos
en cada cosa que la infancia iluminó.
Porque hoy regresas y tu vuelta cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo.
Te mostraré
la misma calle que dejaste,
esa pared donde pintaste el corazón.
Y aquella estrella que una noche descolgaste
la buscaremos con la luz de nuestro sol.
Donde la piedra
junto al río se hace vuelo,
la Costanera nos verá, canción de dos.
Y en esa Boca de cansancio y Riachuelo
nos quedaremos, con un beso, en un rincón.
Qué
importará tanta nostalgia en tu pañuelo,
tanta neblina que en el tiempo se quemó.
Hoy tu vuelta y nosotros cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo
Héctor Negro nombra también a Parque
Chas en "Villa Ortúzar en el mapa":
"Vuelve al Sur Chacarita en un recodo, con Paternal
al Sur tirando al Oeste, que Parque Chas completa y
me demoro, para que algo de Urquiza se entrevere..."
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