Portal del Barrio Parque Chas
se ve mejor en 800x600 pixeles
Buenos Aires, Argentina /
Literatura dedicada al Barrio Parque Chas
REVISTA LAMAS MEDULA
Milagro en Parque Chas
Por Inés Fernandez Moreno, ("Cuentos de Fútbol Argentino, editado por Alfaguara".
[ver cuento]

Cuento "Gándara y Londres"
Desde el barrio de Mataderos nos enviaron el cuento "Gándara y Londres". Alejandra Venturelli, su autora, nos confesó que no conoce Parque Chas y que para escribirlo se inspiró en un plano y en la historia del barrio publicada en este Portal.
[leer cuento]


Cuento "Ilsa Lund", de Leonardo Killian
La historia me llegó un domingo por la tarde, aburrido y húmedo, en el bar Colón, a esa hora vacío o casi, con la sola presencia de Macedo, dueño, cocinero y mozo quien leía la Quinta, lapicera en mano, junto a la ventana que da a Triunvirato; vaya uno a saber qué resultados o combinación timbera estaba anotando... [leer cuento]

Cuento Laberinto Urbano, de Eduardo D. Suárez
- ¡Qué noche perra! -rezongó Roberto con bronca mientas manejaba su taxi en medio de la tormenta. Fijó la vista y acompañó el vaivén del limpiaparabrisas, que como un metrónomo acompasaba la lluvia. Había salido a trabajar en el turno tarde y a pesar del día, aparentemente propicio para los taxis, los viajes habían sido escasos... [leer cuento]


Parque Chas/El Laberinto Circular
Por Jorge Götling (Diario Clarín 5-10-2003)

Un coto cerrado, un barrio residencial plácido y amable erigido sobre una planicie unánime: casas al ras, chalés de dos plantas, claros, ventilados, con sol. Parque Chas todavía es un fuerte ubicado en un verde pulmón de la ciudad, defendido por cuatro fronteras: Triunvirato, De los Incas, Constituyentes y Pampa. Y decididamente infranqueable para quien ignore las particularidades de su estructura: sus calles interiores son circulares, concéntricas, cruzadas por otras paralelas.

El laberinto es terror de carteros nuevos, supone encrucijadas que se repiten, como las alucinaciones y las pesadillas: hay dos esquinas Bauness y Victorica separadas por 400 metros. Las redondas remiten a los primeros sueños de viajero, Berlín, Dublín, Atenas, Budapest, Constantinopla, Londres, Hamburgo o Bucarest. Omitirlas para salir al afuera, es uno de sus secretos. Veredas idénticas, cuidadas, suficientemente oscuras como para disfrutar un claro de luna rotundo, casi espectral, como en el campo.

En los años de plomo trucharon exclusiones del código de edificación y se erigieron cuatro edificios, las únicas alturas del Parque Chas. En el resto, persiste la postal de otros tiempos, silencio de siesta, atmósfera de seguridad heredada de su construcción laberíntica y de la falta de comercios. Hay tres plazas, una farmacia, también una única panadería, la misma carnicería de los 50 y varios quioscos.

La plaza tiene apodo vecinal: la llaman El Trébol, como el club emblemático que la enfrenta. Allí, reunión de veteranos y jubilados, naipes, dominó, mentiras, algún Chinato Garda y la tristeza instalada con la misma naturalidad con la que se instala en sus mesas el vino o las moscas.

La iglesia San Alfonso, el Colegio Petronila, el Club Parque Chas son otras condecoraciones. De su gimnasio partieron Abel Laudonio y Cucuza Bruno. En sus carnavales, ella y él sostuvieron las primeras húmedas promesas. En el canto de los pájaros del barrio, dicen que un eco las recuerda.


Mitos y realidades de los escritores de Parque Chas
Por Nuri Mateu
(permitida su reproducción mencionando a la fuente y la Autora)

La personalidad de cada barrio está determinada por el origen de sus habitantes, su topografía y los sucesos históricos. Por eso Borges puede ubicar sus cuchilleros en Palermo, Sábato sus torturados personajes en Belgrano, y los autores de Tango traen al bailarín compadrito luciendo sus pasos por las cortadas de Barracas al Sur.

Este relato intenta demostrar que Parque Chas se presta para elaborar cualquier fantasía, por más disparatada que ésta sea, (éste cuento incluido).
Pero... ¿qué es lo que atrae de Parque Chas? Sin duda su misterio, que alimentado por el espíritu del Minotauro de Creta, inspiró relatos que ni los refutadores de leyendas de las crónicas del "Angel Gris" pudieron con ellos.

Una de las excepciones fue Luis Luchi, que debía su inspiración a su entrañable amor al barrio, y soñaba con fundar "La República Independiente de Parque Chas". De su casa de Tréveris, y luego de Bauness y Bauness surgían innumerables obras. Cuando tuvo que irse en el 76, enfiló hacia Barcelona, donde la nostalgia nunca lo abandonó. Sin lograr la vuelta definitiva, recuperamos algo de su presencia a través de su último libro "Amores y Poemas de Parque Chas".

En el año 87, el guionista Ricardo Barreiro y el dibujante Eduardo Risso comienzan a publicar en la revista "Fierro" su historieta de mitos y leyendas "Parque Chas I y II" que tuvo trascendencia fuera del país y fue editada en Europa (Italia, Francia).

Sus protagonistas vivían un sinfín de aventuras, hasta hallar en los sótanos de una escuela el libro misterioso de los secretos, el conocimiento, la sabiduría y la locura, y terminan encontrando la realidad.

En la novela "El cantor de tango" aún inédita, de Tomás Eloy Martínez, la acción transcurre en Parque Chas y Villa Urquiza.
Jorge Humberto Ghersa nos cuenta de cómo Cacho despistó a la muerte corriendo por Berna, Bruselas, Victorica...

También están los que van en busca de aventuras y se sienten frustados cuandon encuentran enseguida la salida, como le ocurrió al humorista Rep en ocasión de nuestro 75 aniversario.
Pero el que hizo a Parque Chas, sin duda fue Dolina.

En su crónica "Perdidos en Parque Chas" relata las peripecias de Mandeb y sus amigos en aquel baile de la calle Budapest, al que nunca llegaron, su encuentro con el viejito que desde el año 39 vive del quisco que instalo, soñando con encontrar la salida y volver a su viejo barrio de Villa Crespo, del que imprudentemente salió un día.

En "La manzana misteriosa" afirma que es imposible dar la vuelta a una manzana acotada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra. Exploradores franceses y urbanistas catalanes probaron suerte formando equipos numerosos que partian para diversos lados y nunca conseguían regresar al punto de partida. Suconclusión es que en realidad conviene no acercarse nunca a Parque Chas.

Hay quien dice que los cuentos de Dolina son trabajos por encargo, de los mismos vecinos, claro, que celosos y conservadores de sus costumbres quieren desalentar a los intrusos que podrían perturbar su tranquilidad.

Ni los colectivos son bien vistos por aquí. ¿Recuerdan ese ómnibus enloquecido del Bestiario de Cortázar? Entraba por la Agronomía, bordeaba el barrio por Chorroarín a toda carrera, y no paraba hasta la Chacarita.

¿Alguien recuerda que pasó con la línea 9 de colectivos?
¡Desapareció!... ¿ la 187?... ¡ Lo mismo!...
Hernan Torrado, un escritor de La Siberia, en su cuento "Línea 187" habla de la vieja leyenda que dice que una de las tantas entradas al infierno está en Parque Chas, y que la línea tenía un interno, el 666 que era el encargado de reclutar adeptos, y nunca más se lo volvía a ver. Un día, buscando datos junto con un amigo, lo vieron estacionado junto al cordón de la vereda, desde donde fueron invitados a subir, pero no aceptaron.

En otra ocasión, Hernan, en su libro "El campo de las manzanas" se sintió émulo del Dante, y decidió bajar al averno guiado por Virgilio en su versión porteña de Leopoldo Marechal.
Entraron por la calle Tréveris , por donde retornaron luego de una infernal aventura.

Eduardo Mignogna, que pasaba los veranos con sus abuelos en Bauness y Cádiz, reconoce que los relatos escuchados por boca de los primeros inmigrantes, influyeron en determinar su posterior vocación.

Cuando un escritor del barrio descubrió que ILSA, la protagonista de Casablanca, después de separarse de Ricky, apareció de incógnito en Parque Chas, y envejeció dando clases de francés, fue allí donde me animé a contar mi historia.

Fue allá por los sesenta y algo, y me la contó un viejito que vivía en una que vivía en una casa cuya familia yo frecuentaba por razones sentimentales.

En tono confidencial, del cual hacía cómplice a toda la familia, nos decía como un día, por las cercanías de Dublín y Liverpool apareció un hombre alto, buen mozo, pelo oscuro, de finos modales y gesto algo receloso. Casi nunca hablaba, y cuando lo hacía, por necesidad, revelaba un acento no identificable. Al parecer, se alojaba no muy lejos de allí.

Los muchachos lo observaban con desconfianza, porque habían visto a más de una chica suspirar cuando lo veían.
Pero él siempre daba la sensación de escapar de cualquier situación.

Unos meses después, otro hombre desconocido irrumpió en el barrio, sacando una foto de su bolsillo que cada tanto mostraba a los vecinos.

Lo veían pasar dando vueltas por Berlín y Gándara, girar sobre sus pasos, mirar para atrás desconcertado, pasar por la esquina de Berlín y Gándara una y otra vez, comparar una con otra, y comenzar a dar signos de estar volviéndose loco.

Un día lo vieron abatido, con expresión vencida, tomando una ginebra en el Bar de Turín y Barzana.
Entretanto...¿Qué había pasado con el hombre pintón, de modales refinados? Parece que recaló en la casa de la viuda.

Sofía, la de la calle Londres, que se lo acaparó apenas lo vió, pero él se ingeniaba por las madrugadas para recorrer las salidas, y así escapar en el momento justo. Como era muy inteligente no le costó mucho.

Ya habrán adivinado de quién se trataba. Sí, era el mismísimo Dr. Richard Kimble, el fugitivo, que había llegado a éstos lares siguiendo la pista del hombre manco, y el hombrecito de gesto hosco y malvado era el impecable inspector Gerard, que sufría una nueva frustación.

Dicen que una vez terminada la serie no se lo vió más por ningún lugar, y se cree que no logró salir del barrio, pero debido a que a él también lo atrapó una viuda, aunque un poco más entrada en años y en carnes, y muy convincente, pero ésta ya es otra historia.



Linea 187
Por Hernán Torrado

Tomesé cualquier calle de Buenos Aires, Quintino Bocayuba, por ejemplo. Si usted la sigue en un sentido determinado, en algún momento llegará al río; de esta manera, todas las calles de Buenos Aires conducen al Plata, menos las de Parque Chas.
Dicen las malas lenguas, que Luis Luchi –quien vivió en la esquina de Bauness y Bauness- salió una tarde a dar un paseo por Parque Chas. Descuidado, dobló en una esquina y apareció en Barcelona. Le gustó y se quedó.

En el “manual del buen taxista” está terminantemente prohibido tomar por aquellas calles que tengan nombre de capital europea. Las probables salidas conocidas, son tres: la esquina de Triunvirato y Tamborín, la de Juan Bautista Alberdi y Víctor Martínez (en Caballito) y la ciudad donde reside Luchi.

Sin embargo, la línea 187 penetraba en el barrio. En un principio era el 9. Después tuvo el número 107, pero, como ya había otros que usaban esa cifra los directivos desistieron de su propósito y adoptaron el mitológico 187, que iba desde Chacarita hasta José L. Suarez. Los propietarios eran los mismos que los de la 127.

Destino funesto el de esta línea cuyo fin estaba marcado por los dioses aún antes de que planificara su existencia. Quien creo el recorrido quiso que pasara por esa demostración práctica del eterno retorno que es Parque Chas, donde las calles van en círculo, naciendo y muriendo en un mismo punto en una redestrucción y una reconstrucción. Para atravesar el barrio fue menester la confección de mapas y hojas de ruta, que los choferes llevaban pegadas en los vidrios para no perderse.

En la noche del 6 de marzo de 1983, un grupo de delincuentes entró en la terminal de la línea 187. Robaron cinco millones de pesos argentinos y, a modo de chanza, sacaron de los coches los mapas que indicaban cómo cruzar Parque Chas y los tiraron en una desconocida alcantarilla de la Avenida Triunvirato. Los dueños no encontraron quien les confeccionara nuevos mapas y, como los originales se habían perdido en 1957, al poco tiempo todos los coches estaban extraviados en el barrio.

Sólo se volvió a ver a un chofer con su pasaje que, cuando al coche se le acabó el gas oil, lograron alcanzar a pie, y muy a duras penas, la Avenida de los Incas. Se salvaron después de meses de peregrinar.

Cuenta una vieja leyenda que en Parque Chas se encontraba una de las tantas entradas al infierno. Dicen que el mismísimo Bel Zebuth solía captar adeptos en un ómnibus de esta línea, el interno 666. Quienes tomaban ese colectivo solo sacaban pasaje de ida para el averno y nunca más se los volvía a ver.

Aún después de la extraña pérdida de la línea, hay testigos que afirman haber visto al coche 666 subiendo a los últimos despistados, que no tenían noticias sobre la extraña desaparición de los 187 y todavía esperaban ilusionados el colectivo.

Con Daniel Quintero, una noche seguimos a pie el recorrido de la 187 para obtener carteles que demostraran la existencia de esta línea. Mientras desatornillábamos uno de los que había hecho instalar Cacciatore, vimos sorprendidos que a la vera del cordón se había detenido un coche. Era el interno 666. Desde la puerta nos invitaban a subir: no aceptamos.

Según expertos en este tema, el príncipe de las tinieblas y Señor de las Moscas dejó hace algunos meses el 187 y hoy se muestra galante en un 112.

Durante algún tiempo mis amigo utilizaron esta pequeña noticia histórica para ganarse la simpatía de las minusas en las bailantas del Once, con resultados bastantes satisfactorios. Ariel Yapur, sin ir más lejos, anduvo durante meses con un bagayo que igual se habría levantado sin necesidad de contarle esta historia; pero él le atribuía propiedades mágicas, creía que entre líneas se encontraba una palabra secreta que lograba automáticamente el sometimiento del sexo opuesto. Después se rectificó.

Curiosamente, nunca usé esta historia con los fines altruistas que le dieron mis amigos. Sólo me dediqué a escribir una cuidada versión para una revista, que después cedió cortésmente a las modificaciones hasta ser incluida en este volumen


Historia de la manzana misteriosa de Parque Chas
en Crónicas del Angel Gris - Alejandro Dolina
© Copyright Editorial Colihue - 1996

Existe en el barrio de Parque Chas una manzana acotada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra.
No es posible dar la vuelta a esa manzana.
Si alguien lo intenta, aparece en cualquier otro lugar del barrio, por más que haya observado el método riguroso de girar siempre a la izquierda o siempre a la derecha.

Muchos investigadores han intentado la experiencia formando grupos numerosos. Los resultados han sido desalentadores. A veces sucede que el paseante sigue en la misma calle aún después de doblar una esquina.
En 1957, un grupo de exploradores franceses desembocó inexplicablemente en la estación de Villa Urquiza.

Urbanistas catalanes probaron suerte formando dos equipos y partiendo cada uno en dirección opuesta. En cualquier manzana de la ciudad es fatal que los grupos se encuentren en la mitad del recorrido. Pero en este lugar no sucede tal cosa y hasta se han dado casos en que un equipo alcanza al otro por detrás.

Los más pertinaces han realizado excursiones a través de los fondos de las casas, con el resultado de aparecer siempre dejando a sus espaldas calles que no habían cruzado jamás.

En estas experiencias se descubrió que muchos vecinos son incapaces de indicar en qué calle viven. Asimismo existen casas que no dan a ninguna calle. Sus habitantes se alimentan de sus propios cultivos o de lo que generosamente les pasan por sobre las medianeras.

Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Ávalos y Cádiz y que por lo tanto es imposible llegar a ese lugar. En realidad, conviene no acercarse nunca a Parque Chas.


Halloween en Parque Chas
(Colección Zona de Pesadilla - 113 pág. Ediciones De la Mar)
Autora: Silvia Urich


Halloween en Parque Chas es una historia de suspenso que forma parte de la Colección infantil "Zona de Pesadilla" de Ediciones de la Mar. La autora del libro Silvia Urich, que es vecina de Villa Urquiza, nos comentó que la idea de escribir una historia que se desarrollara en Parque Chas fue del editor que vive en Santa Teresita, quien había escuchado hablar que en la ciudad de Buenos Aires existía un mítico barrio-laberinto.

La autora nos explica que en las historias de Zona de Pesadilla los lugares son protagonistas. Transcurren en ciudades o barrios de argentina famosos por tener historias fantásticas, como por ejemplo el Riachuelo, el Hotel "El Edén" de La Falda en Córdoba y en este caso Parque Chas.

La historia sucede durante la noche de brujas en la que Pablo y sus amigos fueron invitados a la fiesta de Halloween en Parque Chas, el barrio laberinto. La cita es la casa de Rupert, el nuevo y extraño compañero de colegio. Hacia allí fueron los chicos, disfrazados y dispuestos a asustar a los vecionos del barrio. Pero la noche de brujas no sería tan fácil. Rupert, tenía planeado algo muy especial para sus amigos.



ediciones de libros editorial
"Plaza de mi barrio"
Autora: Cristina Suárez

Pedazo pequeño de mi lindo barrio
por tus bancos pasaron
horas de juventud, de amor y de aventuras.

De tus canteros llenos de rosales
se puede oir el bullicio de la vida,
de los niños que rondan con sus juegos
sus espíritus jovenes, audaces e indomables.

Pedazo pequeño de mi lindo barrio
puedo ver en las arrugas de los viejos
los surcos de las huellas de la vida.

El antiguo campanario de la iglesia
resonó en mis oidos
volviendo a sentir el peso del pasado
que como un lejano eco lastimero, pudo mostrarme
la historia fiel de esa época distante.

Sin embargo, pedazo pequeño de mi lindo barrio
al mirarte, vuelve a mi la alegría
pues puedo imaginar sueños de oro
que renacerán de nuevo cada día,
mostrando como brillan radiante
el sol, la primavera y la luz de otro día.

Nota: Cristina Suárez vivió su infancia en Parque Chas en la calle Gándara entre Burela Y Altolaguirre


Tomás Eloy Martinez:
Fragmento del penúltimo capítulo del "Cantor de Tango", cuya historia se ubica en Parque Chas:

"Al anochecer, cuando rugía el tránsito y mi inteligencia era derrotada por la prosa de los teóricos poscoloniales, me entretenía hojeando el cuaderno de contabilidad de Bonorino, que abundaba en laboriosas definiciones ilustradas de palabras como facón, piolín, Uqbar, yerba mate, fernet, percal, a la vez que incluía un extenso apartado sobre los inventos argentinos, como la estilográfica a bolita o birome, el dulce de leche, la identificación dactiloscópica y la picana eléctrica, dos de los cuales se deben no al ingenio nativo sino al de un dálmata y un húngaro.

Las referencias eran inagotables y, si abría el volumen al azar, nunca tropezaba con la misma página, como sucede en El libro de arena, que Bonorino citaba con frecuencia. Una tarde, distraído, encontré un largo apartado sobre Parque Chas, y mientras lo leía, pensé que ya era tiempo de conocer el último barrio donde había cantado Martel.

Según informaba el bibliotecario, el paraje debe su nombre a unos campos infértiles heredados por el doctor Vicente Chas, en cuyo centro se alzaba la chimenea de un horno de ladrillos. Poco antes de morir en 1928, el doctor Chas libró un pleito enconado con el gobierno de Buenos Aires, que pretendía clausurar el horno por el daño que causaba a los pulmones de los vecinos, a la vez que impedía prolongar hacia el oeste el trazado de la avenida de los Incas, bloqueado por la brutal chimenea.

La verdad era que el municipio eligió ese lugar para ejecutar un ambicioso proyecto radiocéntrico de los jóvenes ingenieros Frehner y Guerrico, cuyo diseño copiaba el dédalo sobre los pecados del mundo y la esperanza del paraíso que está bajo la cúpula de la iglesia San Vitale, en Ravenna.

Bonorino conjeturaba, sin embargo, que el trazado circular del barrio obedecía a un plan secreto de comunistas y anarquistas para proporcionarse refugio en tiempos de incertidumbre. Su tesis estaba inspirada en la pasión por las conspiraciones que caracteriza a los habitantes de Buenos Aires.

¿Cómo explicar, si no, que allí la diagonal mayor se hubiera llamado La Internacional antes de ser la avenida General Victorica, o que la calle Berlín figurara en algunos planos como Bakunin, y que una pequeña arteria de cuatrocientos metros se llamara Treveris, en alusión a Trier o Trèves, la ciudad natal de Karl Marx?

"Un colega de la biblioteca de Montserrat avecindado en Parque Chas", anotó Bonorino en su cuaderno, "me guió una mañana por ese enredo de zigzags y desvíos hasta llegar a la esquina de Ávalos y Berlín. Para poner a prueba las dificultades del laberinto, insistió en que me alejara cien metros en cualquier dirección y regresara luego por el mismo derrotero. Si tardaba más de media hora, prometía ir en mi busca.

Me perdí, aunque no sabría decir si fue a la ida o a la vuelta. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer, y por más vueltas que daba, no conseguía orientarme. En un rapto de inspiración, mi colega salió a rastrearme. Oscurecía cuando me vio por fin en la esquina de Londres y Dublín, a pocos pasos del sitio donde nos habíamos separado. Me notó, dijo, desencajado y sediento.

Cuando volví de la expedición, me acometió una fiebre persistente. Cientos de personas se han perdido en las calles engañosas de Parque Chas, donde parece estar situado el intersticio que divide la realidad de las ficciones de Buenos Aires. En cada gran ciudad hay, como se sabe, una de esas líneas de alta densidad, semejante a los agujeros negros del espacio, que modifica la naturaleza de los que la cruzan.

Por una lectura de viejas guías telefónicas deduje que el peligroso punto está en el rectángulo limitado por las calles Hamburgo, Bauness, Gándara y Bucarelli, donde algunas casas fueron habitadas, hace siete décadas, por las vecinas Helene Jacoba Krig, Emma Zunz, Alina Reyes de Aráoz, María Mabel Sáenz y Jacinta Vélez, convertidas luego en personajes de ficción. Pero la gente del barrio lo sitúa en la avenida de los Incas, donde están las ruinas del horno de ladrillos."

Lo que decía Bonorino no me permitía entender por qué Martel había cantado en Parque Chas. El delirio sobre la línea divisoria entre realidad y ficción nada tenía que ver con sus intentos anteriores por capturar el pasado -nunca creí que el cantor se interesara por el pasado de la imaginación-, y algunos relatos populares sobre las andanzas del Pibe Cabeza y otros malvivientes por el laberinto carecían de vínculos, en caso de ser ciertos, con la historia mayor de la ciudad.

Pasé dos tardes en la biblioteca del Congreso informándome sobre la vida de Parque Chas. Verifiqué que allí no se habían abierto centros anarquistas ni comunistas.

Busqué con prolijidad si algunos apóstoles de la violencia libertaria -como los llamaba Osvaldo Bayer- hallaron refugio en el dédalo antes de ser llevados a la cárcel de Ushuaia o al pelotón de fusilamiento, pero sus vidas habían sucedido en lugares más céntricos de Buenos Aires.

Ya que el barrio me resultaba tan esquivo, fui a conocerlo. Una mañana temprano abordé el colectivo que iba desde Constitución hasta la avenida Triunvirato, enfilé hacia el oeste y me interné en la tierra incógnita. Al llegar a la calle Cádiz, el paisaje se convirtió en una sucesión de círculos -si acaso los círculos pueden ser sucesivos-, y de pronto no supe dónde estaba.

Caminé más de dos horas sin moverme casi. En cada recodo vi el nombre de una ciudad, Ginebra, La Haya, Dublin, Londres, Marsella, Constantinopla, Copenhague. Las casas estaban una al lado de la otra, sin espacios de separación, pero los arquitectos se habían ingeniado para que las líneas rectas parecieran curvas, o al revés.

Aunque algunas tenían dinteles rosas y otras porches azules -también había fachadas lisas, pintadas de blanco-, era difícil distinguirlas: más de una casa llevaba el mismo número, digamos el 184, y en varias creí observar las mismas cortinas y el mismo perro asomando el hocico por la ventana. Caminé bajo un sol impío sin cruzarme con un alma. No sé cómo desemboqué en una plaza cercada por una reja negra.

Hasta entonces sólo había visto edificaciones de una planta o dos, pero alrededor de aquel cuadrado se alzaban torres altas, también iguales, de cuyas ventanas colgaban banderas de clubes de fútbol. Retrocedí unos pasos y las torres se apagaron como un fósforo.

Otra vez me vi perdido entre las espirales de las casas bajas. Desandé el camino hacia atrás, tratando de que cada paso repitiera los que había dado en dirección inversa, y así volví a encontrar la plaza, aunque no en el punto donde la había dejado sino en otro, diagonal al anterior.

Por un momento pensé que era víctima de una alucinación, pero el toldo verde bajo el cual acababa de estar hacía menos de un minuto brillaba bajo el sol a cien metros de distancia, y en su lugar aparecía ahora un negocio que se postulaba como El Palacio de los Sandwiches, aunque en verdad era un kiosco que exhibía caramelos y refrescos.

Lo atendía un adolescente con una enorme gorra de visera que le cubría los ojos. Me alivió ver al fin un ser humano capaz de explicar en qué punto del dédalo nos encontrábamos.

Atiné a pedirle una botella de agua mineral, porque me consumía la sed, pero antes de que terminara la oración el muchacho respondió "No hay", y desapareció detrás de una cortina. Durante un rato golpeé las manos para llamar su atención, hasta que me di cuenta que mientras yo estuviera allí no regresaría.

Antes de salir, había fotocopiado de la guía Lumi un mapa de Parque Chas muy detallado, que mostraba las entradas y salidas. En el mapa había un espacio grisado que tal vez fuera una plaza, pero su forma era la de un rectángulo irregular y no cuadrada como la que tenía frente a mí.

A diferencia de las callejuelas por las que había caminado antes, en la que ahora estaba no había placas con nombres ni números en la fachada de las casas, por lo que resolví avanzar en línea recta desde el kiosco hacia el oeste. Tuve la sensación de que, cuanto más andaba, más se alargaba la acera, como si estuviera moviéndome sobre una cinta sin fin.

Era mediodía según mi reloj, y las casas por las que pasé estaban cerradas y, al parecer, vacías. Tuve la impresión de que también el tiempo estaba desplazándose de manera caprichosa, como las calles, pero ya me daba lo mismo si eran las seis de la tarde o las diez de la mañana.

El peso del sol se volvió insoportable. Me moría de sed. Si descubría signos de vida en alguna casa, llamaría y llamaría sin parar hasta que alguien apareciera con un vaso de agua".



BARRIO PARQUE CHAS
por Antonio A. Spinelli

Baldíos que entre alfalfas y pantanos
Abrazaron mariposas con historia,
Recuerdos que enriquecen la memoria
Recorriendo mis latidos y mis manos,
Imágenes ardientes del arcano,
Oropeles con sabor de antigua gloria.

Pajaritos que con alas de ilusiones
Adornaron mi jaulón de fantasías,
Reinando entre tristezas y alegrías
Que sembraron un jardín de evocaciones,
Unidos rescatemos reflexiones
Encerradas en un tiempo de armonías.

Calles tuertas, cortadas escondidas,
Hornos, fútbol, bolitas y rayuela,
Alto el fuego y rabonas a la escuela
Son mil llamas que hoy encienden nuestras vidas


LAS BOLITAS Y LA VIDA
por Antonio A. Spinelli

Son mil páginas de historia sin "LANFETA"
los "ojitos" el "MI ÑATI" un "RECULIE",
aquel "HOYO" y un rectángulo de vida
donde hincaba mi rodilla en el ayer.

En tu hueco se apoyaba la conquista,
con caricia de "BOLITAS" y niñez;
yo soy "MANO", va "DE VUELTA",
al "TIRO Y COLA",
van rodando mis recuerdos al volver.

Voy saltando en las estrellas del pasado,
sol y luna de una imagen que se fue,
vuelve atada con la aurora de mi vida
y en el hilo de tu sangre vuelvo a ser.

Los recuerdo, mis anhelos, el futuro,
son "BOLITAS" de un "TRIANGULO" y no sé,
si encerrarlo entre catertos, la salida,
por la puerta del que triunfa lograré.

Se "QUEMARON" las bolitas en el juego
Y "CACHUZAS" se volvieron por vencer;
veo un hombre en "CARAMBOLAS" de la vida:
"QUENA" arrugas y es "CACHUZO" con su fe.das


CRONICAS DEL ANGEL GRIS
Refutación de los viajes (en Crónicas del Angel Gris) Alejandro Dolina - © Copyright Editorial Colihue - 1996

Perdidos en Parque Chas es la crónica de una frustada noche de garufa.
Mandeb y sus amigos fueron invitados a un baile en la calle Bucarest.
Desdeñando las advertencias de los hombres sabios, se internaron en el barrio sin salida.
Y ya se sabe lo que ocurre en Parque Chas: uno se pierde irremediablemente. Vale la Pena transcribir una líneas.
"A eso de las doce, llegamos a la misma cigarrería. Ya era la quinta vez.
Como en las otras ocasiones, interrogamos al viejo que atendía.
Sus indicaciones fueron nuevamente distintas. Loco de furor, salté sobre el mostrador y comencé a estrangularlo.
-Viejo mentiroso... ¿cuál es la calle Bucarest? ¿Cómo se sale de este infierno?
-El anciano acabó por confesar que no lo sabía. Muy compungido, admitió que él mismo había desembocado en Parque Chas en 1939. No habiendo podido salir de allí, se resignó a instalar un quiosco, gracias al cual sobrevivía, aunque abrigaba el secreto anhelo de volver a Villa Crespo, barrio del que nunca debió salir."
Este capítulo finaliza con la providencial intervención de un taximetrero, quien si bien no acertó a llevarlos a la calle Bucarest, por lo menos los sacó -después de varias horas- a la Avenida de los Incas.



Carlos Castro
("Mi Buenos Aires vivido", ed. del autor, 1997)

Parque Chas:
Dicen que quien no se perdió alguna vez en los recovecos del barrio de Parque Chas es porque no ha recorrido la ciudad lo suficiente. A mí me ocurrió una noche de invierno, volviendo a mi casa en auto y queriendo acortar camino.

No se veía un alma para preguntarle, y di vueltas hasta que vi algo muy iluminado que parecía una avenida y por ahí me escapé. No me imaginé en ese momento que un tiempo después pasaría a vivir en ese barrio durante varios años, y volvería a perderme, pero ahora en forma voluntaria, dando vueltas por sus tranquilas callecitas.

Puedo decir, salvando las distancias de personas y lugares, como dijo José Martí hablando de los Estados Unidos: "Viví dentro del monstruo y le conozco las entrañas". Hay dos calles que cruzan el barrio en forma recta, Gándara y Gral. Victorica. El resto, incluyendo una calle totalmente circular, Berlín , no es más que un laberinto para extraños.


Buenos Aires vos y yo
Música: Osvaldo Avena
Letra: Héctor Negro

Sé que te trajo Buenos Aires nuevamente,
que no pudiste olvidar así nomás
ni tus recuerdos, ni tu esquina, ni tu gente
ni aquellos besos que te di por Parque Chas.

¡Qué ganas locas de mostrarte el barrio nuevo
al que lejano le buscabas el color!
El mismo cielo que en las manos hoy te llevo
ya no es el mismo que mojaste con tu adiós.

Y te prometo que muy juntos andaremos
en cada cosa que la infancia iluminó.
Porque hoy regresas y tu vuelta cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo.

Te mostraré la misma calle que dejaste,
esa pared donde pintaste el corazón.
Y aquella estrella que una noche descolgaste
la buscaremos con la luz de nuestro sol.

Donde la piedra junto al río se hace vuelo,
la Costanera nos verá, canción de dos.
Y en esa Boca de cansancio y Riachuelo
nos quedaremos, con un beso, en un rincón.

Qué importará tanta nostalgia en tu pañuelo,
tanta neblina que en el tiempo se quemó.
Hoy tu vuelta y nosotros cantaremos
los tres como antes: Buenos Aires, vos y yo



Héctor Negro nombra también a Parque Chas en "Villa Ortúzar en el mapa": "Vuelve al Sur Chacarita en un recodo, con Paternal al Sur tirando al Oeste, que Parque Chas completa y me demoro, para que algo de Urquiza se entrevere..."


2000-2006© Registro de la Propiedad Intelectual Nº Exp. 295108
Todos los derechos reservados-diseño y webmaster: Fernando Belvedere