Portal de Parque Chas: "estamos haciendo historia"
Buenos Aires, Argentina /
Fecha de Publicación:27/05/10 Fuente:Periódico El Barrio

Funciones de la nota




29 DE MAYO DE 1970

Hace 40 años se planificaba en Parque Chas el secuestro y asesinato del General Aramburu


La casa ubicada en Bucarelli y Ballivián, en mayo de 1970 fue utilizada por la organización guerrillera Montoneros como base de operaciones para secuestrar al General Pedro Aramburu. Recordamos los hechos y su reflejo en los medios de la época. También incluimos los testimonios de su actual propietaria y del escritor Tomás Eloy Martínez.






Por Francisco Carnese
fcarnese@periodicoelbarrio.com.ar

La casa mantiene la fisonomía de entonces en la intersección de las calles Bucarelli y Ballivián: el color ocre de las paredes, dos plantas con ocho ventanas en su parte superior, una puerta de madera que da salida a la esquina y otra del mismo material sobre el lateral. El único detalle actual lo aporta el agregado de ladrillos a la vista a media altura en la planta baja. Es una propiedad que transmite la misma tranquilidad que el resto de las edificaciones que conforman el apacible barrio de Parque Chas.

Mirta abre la puerta de Bucarelli 1754 y recibe a El Barrio con la amabilidad propia de los oriundos de estos pagos, habitantes de una parte de Buenos Aires que no se corresponde con los ritmos y las urgencias de la gran ciudad. Ella sabe la historia, se la hicieron conocer sus vecinos allá por 1977 cuando, junto a su familia, decidió mudarse del centro porteño a esta esquina. Es la segunda dueña de una casa donde hace 35 años se planeaba uno de los secuestros más resonantes de la historia política contemporánea de la Argentina: el del General Pedro Eugenio Aramburu a manos de la organización guerrillera Montoneros.

“Sé que la casa estuvo clausurada antes de que lleguemos nosotros. La dueña anterior vivía en los Estados Unidos”, cuenta Mirta, de 57 años y tres hijas, de las cuales dos nacieron en esta vivienda. “Cuando llegamos al barrio los vecinos nos decían que habíamos comprado la casa de Aramburu, así la llamaban, nosotros no teníamos idea de lo que había pasado aquí pero con el tiempo nos fuimos enterando”, recuerda. Luego explica que son dos casas en una. “Yo vivo en el primer piso. La planta baja, que fue la que alquilaron en esa época para planear el secuestro, hoy permanece deshabitada”.

Aramburu nunca fue llevado allí, sin embargo su actual propietaria hace referencia a una curiosa anécdota que durante años circuló entre los habitantes del lugar. “Quizá forme parte de una leyenda, lo cierto es que se comentaba que luego de secuestrarlo a Aramburu lo habían escondido en el espacio que queda en el descanso de la escalera por la que se sube a la planta alta”, señala Mirta.
Las crónicas periodísticas y los testimonios revelan que en mayo de 1970 la propiedad estaba alquilada a nombre de Carlos Alberto Maguid, cuñado de Norma Arrostito (integrante de la cúpula de Montoneros), y que desde allí partieron los secuestradores rumbo al edificio de la calle Montevideo, casi esquina Santa Fe, donde vivía el ex presidente de facto. También se supo que en la casa de la calle Bucarelli se redactó el primer comunicado sobre el secuestro dado a conocer por el grupo guerrillero a la opinión pública.

¿Quién era Aramburu?

Pedro Eugenio Aramburu nació en la provincia de Córdoba el 21 de mayo de 1903. Ingresó al Colegio Militar de la Nación el 1 de marzo de 1919 y egresó como subteniente de infantería el 22 de diciembre de 1922. Luego cursó la Escuela Superior de Guerra, donde obtuvo el título de Oficial de Estado Mayor. Participó activamente en la autodenominada “Revolución Libertadora” que derrocó al General Juan Domingo Perón en 1955. A mediados de ese año, y como resultado de un golpe interno en las Fuerzas Armadas, asumió la presidencia provisional de la Nación en reemplazo de Eduardo Lonardi.

Su gobierno se caracterizó por una fuerte persecución contra el movimiento peronista: el partido fue proscrito, las universidades fueron intervenidas y a los docentes comprometidos con ese pensamiento se los expulsó. La Fundación Eva Perón fue disuelta y sus bienes liquidados, mientras que el cadáver de la mítica ex primera dama fue retirado de la CGT -que también resultó intervenida como el resto de los sindicatos- y transferido a un lugar por entonces desconocido. Luego se sabría que el cuerpo estuvo en distintos lugares de Europa.
Los días 7 y 8 de junio de 1956 estalló una acción revolucionaria que marcaría el comienzo de lo que se dio en llamar la “resistencia peronista”. La misma estaba dirigida por el General Juan José Valle y culminó con el fusilamiento de éste y de un grupo importante de civiles. Un año más tarde, y gracias a la investigación que realizó el periodista y escritor Rodolfo Walsh, este hecho fue conocido ante la opinión pública como “Operación Masacre”, una novela en la cual se relatan los pormenores de estos asesinatos ocurridos en la localidad de José León Suarez, provincia de Buenos Aires.

Con el peronismo proscrito, en febrero de 1958 el gobierno llamó a elecciones generales y el 1 de mayo Aramburu entregó el mando al presidente elegido a través del voto popular, el Dr. Arturo Frondizi. Cuando en 1963 -ya derrocado Frondizi por las Fuerzas Armadas- el presidente provisional José María Guido convocó a nuevas elecciones, Aramburu fue candidato a presidente por dos partidos: la Unión del Pueblo Argentino (UDELPA), que nació expresamente para postular su nombre, y la Democracia Progresista. Hacia fines de la década del 60 el militar pensaba volver a la escena política con un proyecto ligado con las ideas liberales y en el que deseaba integrar a distintos sectores de los partidos más importantes del país.

Por qué el secuestro

En 1970 Montoneros era un movimiento incipiente y casi desconocido que se trazaba como objetivo central el retorno de Juan Domingo Perón al país. El 6 de setiembre de 1974 la revista montonera La Causa Peronista publicó un relato detallado de la captura de Aramburu, que se transcribe en el libro La Voluntad. Allí, la organización armada da a conocer las razones que motivaron el secuestro:

“En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso, Montoneros definió su proyecto y mostró un camino. El primer objetivo del ‘Operativo Pindapoy’, como lo bautizaron en un principio los Montoneros, era el lanzamiento público de la organización y se cumplió con éxito. En cuestión de horas, días cuanto más, todos los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia, las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y todas las expresiones combativas del peronismo se habían sintetizado en un grupo de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto lo supieron los gorilas de quince años atrás y los gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora, la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra cada nueva estrategia imperialista, la que había dado su ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.

“El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo, Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las persecuciones y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal de junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia de ese pueblo”.

En el mismo artículo, se reconstruye también una charla entre los jefes montoneros Mario Eduardo Firmenich y Norma Arrostito, donde se brindan más precisiones respecto al por qué del secuestro y al modo en que lo llevarían adelante:
“Firmenich: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular -una reparación por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer. Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no teníamos formado el grupo operativo. Entre tanto, trabajábamos en silencio. La ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de le organización. A fines del 69 pensamos que ya era posible encarar el operativo. A los móviles iniciales se había sumado en el transcurso de ese año le conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el cordobazo. Por la importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho.

“Arrostito: Toda la ‘organización’ éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez. Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista, Fernando (Abal Medina) encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podían ser las cosas adentro.

“Firmenich: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat y averiguamos que en el primer piso -de ese colegio- había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada.

“Arrostito: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat. Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.

“Firmenich: A medida que chequeábamos fuimos variando el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos llevar uno de esos autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso. Para eso hacía falta una buena ‘llave’. La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo (Emilio Angel) Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.
“Arrostito: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abaltenía 23 años, (Carlos) Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas hasta se hicieron pasar por boy-scouts. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos -era un gorrón-, le bailaba en la cabeza, pero usamos la chaquetilla y las insignias (...).

“La casa operativa estaba en Bucarelli y Ballivián, Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico. La noche del 28 de mayo Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono, con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos que estaba en su casa. Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet, un Peugeot 404 blanco y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich y una pick-up Gladiator 380 a nombre de la madre de Ramus”.
El secuestro y la ejecución

El 29 de mayo a la mañana el grupo de montoneros, la mayoría de ellos disfrazados con ropa militar, salieron de la casa de Parque Chas rumbo al domicilio de Aramburu. Así lo relataban los propios protagonistas en esa charla reconstruida por la revista de la época y recopilada en el libro La Voluntad:

“Arrostito: En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito, y detrás Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.
“Firmenich: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la ‘flaca’ (Arrostito) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás iba un compañero disfrazado de cura (Carlos Maguid) y yo con uniforme de cabo de la policía.
“Arrostito: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada. El Peugeot iba adelante por Santa Fe. Dobló en Montevideo, entró en el garaje. Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito. Cuando vio los uniformes, dijo que sí enseguida. Salieron caminando a la calle y entraron en Montevideo 1053. Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré allí. Tenía una pistola.
“Firmenich: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos sobre la vereda. ‘El cura’ y yo nos bajamos. Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance de la mano. Había otra en la caja al alcance del otro compañero. También llevábamos granadas. Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación era qué hacer si me aparecía, ya que era ‘mi superior’, tenía un grado más que yo. Pasaron dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: ‘¿Y porque la pick-up sí?’. Le dije ‘¡Circule!’. Se fueron puteando. En eso pasó un celular, le hice la venia al chofer y el tipo me contestó con la venia. De golpe lo increíble. Habíamos ido allí dispuestos a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta de Montevideo y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro brazo. Caminaban apaciblemente”.

Lo que había sucedido adentro del edificio también fue relatado con lujo de detalles por el jefe montonero: “Un compañero quedó en el séptimo piso con la puerta del ascensor abierta, en función de apoyo: Fernando y el gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos en su postura militar, Fernando un poco más por la ‘metra’ que llevaba bajo el pilotín verde oliva. Los atendió la mujer del general. No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército. Los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse. Al fin apareció, sonriente, impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares. A Maza le descubrió enseguida el acento: ‘Usted es cordobés’. ‘Sí mi General’. Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café se enfriaba y el tiempo también. Y los dos muchachos agrandados se paraban y desenfierraban y la voz cortante de Fernando dijo: ‘Mi General, usted viene con nosotros’. Así, sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana. ¿Si se resistía? Lo matábamos ahí, ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivos”.

Los secuestradores subieron a Aramburu al Peugeot y tomaron la avenida Figueroa Alcorta. Cerca de la facultad de Derecho realizaron un transbordo a una camioneta que los aguardaba, luego hicieron otro cambio de vehículo y desde allí partieron a un casco de estancia ubicado en Timote, una pequeña localidad cercana a Carlos Tejedor, en la provincia de Buenos Aires. La organización guerrillera dio entonces a conocer su Comunicado Nº 1, que comenzaba con la consigna “Perón vuelve” y se dirigía al “Pueblo de la Nación”. El escrito estaba fechado el viernes 29 de mayo y decía lo siguiente:

“Hoy a las 9.30 horas nuestro comando procedió a la detención de Pedro Eugenio Aramburu, cumpliendo una orden emanada de nuestra conducción a los fines de someterlo a juicio revolucionario. Sobre Pedro Eugenio Aramburu pesan los cargos de traidor a la patria, al pueblo y asesinato en la persona de veintisiete argentinos”. Luego se explicaban más detalladamente los argumentos en contra del militar y el comunicado finalizaba con la consigna “¡Perón o Muerte! ¡Viva la Patria!”, firmado por el “Comando Juan José Valle - Montoneros”. Fernando Abal Medina fue quien le comunicó a Aramburu los cargos que la organización guerrillera le imputaba -entre los que se encontraban, además de los mencionados en el comunicado, el robo del cadáver de Eva Perón y el supuesto golpe militar que preparaba contra el gobierno de Onganía- y en la noche le dieron a conocer la decisión que habían tomado de fusilarlo. Finalmente, a la mañana del 30 de mayo el propio Abal Medina fue quien realizó los disparos de una pistola 9 milímetros que terminaron con la vida del militar.

La noticia fue dada a conocer por los propios Montoneros en un nuevo comunicado, muy escueto, que todas las radios difundieron y que decía: “Perón vuelve. Aramburu fue ejecutado a las siete de la mañana. Que Dios, nuestro señor, se apiade de su alma. ¡Perón o muerte! ¡Viva la Patria! Montoneros”.

Testimonios periodísticos

Una vez consumado el secuestro de Aramburu, las informaciones aparecidas los días posteriores en los diarios eran confusas. No se tenían pistas de quiénes habían sido los autores del hecho, como tampoco se sabía con certeza si el militar estaba o no muerto. Los comunicados enviados por los montoneros eran la única fuente de información con la que contaban investigadores y periodistas y en ocasiones se dudaba de su veracidad.

El 1 de julio de 1970 un grupo de 15 montoneros, entre los que se encontraban Maza e Ignacio Vélez, que habían participado en el secuestro de Aramburu, tomaron por asalto La Calera, un pueblo de la provincia de Córdoba. La operación fue un fracaso, varios integrantes de ese grupo resultaron muertos y otros quedaron detenidos. Este operativo fallido de la organización guerrillera le permitió a la policía dar con una parte de los integrantes del comando que secuestró a Aramburu y seguir las pistas en busca del resto de los integrantes.

El 11 de julio el diario La Nación señalaba lo siguiente: “Por razones de seguridad, los detenidos que se encuentran en la Capital Federal están incomunicados y se los aloja en la sección robos y hurtos, única dependencia en el Departamento de Policía que cuenta con celdas individuales. En esas condiciones está el matrimonio integrado por Carlos Alberto Maguid y Nélida Arrostito (hermana de una de las jefas de la organización), ambos argentinos, domiciliados en Bucarelli 1752”. Al día siguiente, en la tapa de los diarios nacionales más importantes del país, se publicaba la foto de los tres principales implicados en la causa: Norma Arrostito, Mario Eduardo Firmenich y Fernando Abal Medina, que hasta ese momento permanecían prófugos.
Una semana después fueron encontrados los restos de Aramburu, luego de una excavación realizada en la estancia donde había estado secuestrado. Así relataba lo sucedido el diario La Nación: “El pequeño establecimiento de campo donde fue hallado el cadáver está situado en una localidad denominada Timote, cuya población es de unas 500 personas. El campo pertenece a un hacendado fallecido. Su hijo, Carlos Gustavo Ramus, argentino de 22 años, estudiante, se dedicaba hasta ahora a trabajar el establecimiento y a negocios de hacienda en sociedad con Mario Eduardo Firmenich”.

El 19 de julio, en una nota que reconstruye los pormenores del secuestro, el diario La Razón informaba que a raíz de las detenciones en La Calera se halló una autorización de manejo a nombre de Carlos Maguid y que “la pesquisa se orientó entonces hacia el domicilio de éste en Villa Urquiza, donde se habrían hallado papeles comprometedores, negativos fotográficos de las pertenencias que llevaba el Teniente General Aramburu al ser secuestrado y otros elementos”.

Finalmente, en La Nación del 21 de julio se confirmaba que en el mismo momento en que Aramburu era conducido a la estancia de Timote un grupo se dirigió en un auto hacia Villa Urquiza y que “en las inmediaciones del domicilio de Maguid descendieron del vehículo Vélez y Mazza, llegando luego a la casa de la calle Bucarelli, donde Maguid redactó el comunicado Nº 1”.
Hoy, a excepción de Mario Firmenich, radicado desde hace varios años en España, no existe ningún sobreviviente de aquel episodio que convulsionó al país 35 años atrás. Sólo queda esta casa de Parque Chas como el testimonio material más elocuente de que allí se dio el puntapié inicial a un hecho que marcaría a fuego la convulsionada y violenta década del 70.

La casa de Parque Chas, según Tomás Eloy Martínez

En su novela El cantor de tango, el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez dedica un extenso capítulo a la casa de Parque Chas donde se planificó el secuestro de Aramburu. El propio autor, consultado por El Barrio, explicó las razones que lo motivaron a incluir este tema en su obra: “Elegí contar el secuestro de Aramburu como parte de un proyecto narrativo. En La novela de Perón y Santa Evita la muerte de Aramburu juega un papel central. Lo que quise fue darle un cierre a esas historias en El cantor de tango contando, por un lado, la conjura y, por el otro, el segundo secuestro, el del cadáver. Ya no creo que sea necesario volver más sobre el tema en mis próximas novelas”.

En cuanto a la descripción de la casa que habían alquilado los montoneros, como así también respecto al desarrollo de los hechos, Tomás Eloy Martínez señaló que “todas las crónicas de la época del secuestro de Aramburu -sobre las cuales se basan algunas informaciones incluidas en El cantor de tango- indican que la casa de Bucarelli y Ballivián era una de las llamadas casas operativas donde se reunieron los conjurados para planificar el secuestro. A partir de esos datos escuetos, la novela imagina, transfigura la realidad, tal como hacen todas las novelas”.

Si bien responden a la imaginación de la literatura, como señala su autor, los fragmentos de El cantor de tango que se transcriben a continuación ofrecen muchos datos reales vinculados al hecho en cuanto a las características de la casa, los detalles del secuestro y las pertenencias con las que contaba Aramburu al momento de su captura.

“Parque Chas es un sitio apacible, dijo Alcira. Lo que sucede en cualquier punto del barrio se sabe al mismo tiempo en todos. Los chismes son el hilo de Ariana que atraviesa las paredes infinitas del laberinto. El auto que nos llevaba se detuvo en la esquina de Bucarelli y Ballivián, junto a una casa de tres plantas pintada de un raro color ocre, muy claro, que parecía arder bajo la última luz de la tarde. Como tantos otros solares de la zona, ocupaba un espacio triangular, con unas ocho ventanas en la segunda planta y dos a la altura de la calle, más tres ventanas en la terraza. La puerta de entrada estaba hundida en el vértice de la ochava, como la úvula de una garganta profunda. Enfrente se amodorraba uno de esos negocios que sólo existen en Buenos Aires, las galletiterías. En los años prósperos, exhibían bizcochos de variedades insólitas, desde estrellas de jengibre y cubos rellenos con miel de asfódelo hasta redondeles de jazmín, pero la decadencia argentina los había envilecido, convirtiéndolos en despachos de gaseosas, caramelos y peines. A partir de la esquina de Ballivián, la calle Bucarelli se alzaba en pendiente, una de las pocas que interrumpen la lisura de la ciudad. Dos grafitti recién pintados declaraban ‘Masacre Palestina’ y, bajo una imagen benévola de Jesús, ‘Qué bueno es estar con vos’.

“Apenas Sabadell desenfundó la guitarra, las calles que parecían desiertas empezaron a poblarse de gente inesperada, me dijo Alcira: jugadores de bochas, vendedores de lotería, matronas con los ruleros mal puestos, ciclistas, contadores con mangas de lustrina y las jóvenes coreanas que estaban en la galletitería. Los que llevaban sillas plegadizas las colocaron en semicírculo ante la casa ocre. Pocos habían visto a Martel alguna vez y quizá ninguno lo había oído. Las escasas imágenes que se conocen del cantor, publicadas en el diario Crónica y en el semanario El Periodista, en nada se parecen a la figura hinchada y envejecida que llegó a Parque Chas aquella tarde. Desde una de las ventanas cayó un aplauso y la mayoría hizo coro. Una mujer pidió que cantara Cambalache y otra insistió en Yira, yira, pero Martel alzó los brazos y les dijo: ‘Disculpen. En mi repertorio omito los tangos de Discépolo. He venido a cantar otras letras, para evocar a un amigo’.

“No sé si leíste alguna historia sobre la muerte de Aramburu, me dijo Alcira. Sería imposible. Pedro Eugenio Arambru. ¿Por qué sabrías algo de eso, Bruno, en tu país, donde nada ajeno se sabe? Aramburu fue uno de los generales que derrocó a Perón en 1955. Durante los dos años que siguieron ocupó la presidencia de facto, consintió el fusilamiento sin juicio de veintisiete personas y ordenó que el cadáver de Eva Perón fuera sepultado al otro lado del océano. En 1970, se aprestaba a recuperar el poder. Un puñado de jóvenes católicos, enarbolando la cruz de Cristo y la bandera de Perón, lo secuestró y lo condenó a muerte en una finca de Timote. La casa ocre de la calle Bucarelli fue uno de los refugios donde se tramó el atentado. El Mocho Andrade, que había sido compañero de juegos de Martel, era uno de los conjurados, pero nadie lo supo. Se fugó sin dejar rastros, sin dejar memoria, como si jamás hubiera existido. Cuatro años más tarde apareció en la casa de Martel, contó su versión de los hechos, y esa vez sí desapareció para siempre”

"(...) Durante seis meses, Andrade ocupó un cuarto en la casa ocre de la calle Bucarelli. En reuniones que duraban hasta el amanecer, discutía allí los detalles del secuestro de Aramburu con los otros conjurados. Su misión consistía en ayudar al dueño de casa, ciego de un ojo e inhábil con el otro, a dibujar los planos del departamento donde vivía el ex presidente y a fotografiar el garaje contiguo de la calle Montevideo, el bar El Cisne -que estaba en la esquina- y el puesto de revistas de la avenida Santa Fe, donde siempre había gente. Memorizaban las fotos, tomaban notas y luego quemaban los negativos. Dos semanas antes de la fecha elegida para el secuestro, el Mocho diseñó el itinerario de la fuga. Fue él quien encontró los descampados donde el prisionero debía ser trasladado de un vehículo a otro; fue también él quien decidió que el último vehículo, una camioneta Gladiator, llevara una carga hueca de fardos de alfalfa, dentro de la cual viajaría el secuestrado y los hombres que debían vigilarlo. Lo que más le importaba de aquella aventura era registrar con su cámara cada uno de los pasos: la salida de Aramburu del edificio de la calle Montevideo custodiado por dos falsos oficiales del ejército; el terror de su cara en la Gladiator; los interrogatorios en la finca de Timote, donde lo llevaron para juzgarlo; el anuncio de la condena a muerte, el momento de la ejecución. A última hora, sin embargo, le ordenaron que se quedara en la casa de la calle Bucarelli, para que comandara la eventual retirada. Los conspiradores grabaron cada una de las palabras que Aramburu balbuceó o dijo durante aquellos días, pero no tomaron fotografías. El jefe del operativo, que era un aficionado, trató de registrar su imagen recortada sobre una pared blanca, pero el rollo se rompió al apretar el obturador por quinta vez y las tomas se perdieron.

Quedar al margen de la aventura decepcionó tanto al Mocho que desapareció de Parque Chas sin avisar, como tantas otras veces. Los conspiradores temieron que los denunciara, pero su naturaleza no era la de un traidor. Se alojó bajo nombres falsos en una pensión de mala muerte, y a la semana siguiente regresó a la calle Bucarelli a buscar su ropa. La casa estaba vacía. En el laboratorio fotográfico, sobre la pileta de revelado, encontró los negativos de tres fotos tomadas, sin duda, por el torpe y cegato dueño del lugar. Identificó las imágenes al instante, porque sus compañeros las habían enviado a todos los diarios de la mañana, y algunos las exhibieron en la primera página. Una reproducía los dos bolígrafos Parker, el pequeño calendario y la traba de corbata que Aramburu llevaba cuando lo capturaron; otra exhibía su reloj de pulsera; la tercera, una medalla entregada en mayo de 1955 por el Regimiento 5 de Infantería. Pensó que era una grave torpeza no haber destruido los negativos, y los quemó allí mismo, con la llama de su encendedor. No advirtió que el pequeño rectángulo con la imagen de la medalla se le cayó por una ranura casi invisible, entre la pileta de revelado y una pared de mampostería. Los investigadores del ejército lo encontraron allí cuarenta días más tarde, cuando el desastre de La Calera ya había descifrado las claves del secuestro”.
on Dec 18th, 2007

Cómo murió Aramburu

Por Mario Firmenich y Norma Arrostito, en La causa peronista, 1974
Era la una y media de la tarde del 29 de mayo de 1970. Las radios de todo el país Interrumpieron su programación para dar cuenta de una noticia que poco después conmovería al país. “Habría sido secuestrado el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu”.
Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y evitando caminos transitados, una pick up Gladiator avanzaba desde hacia cuatro horas rumbo a Timote.

En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba el “fusilador” de Valle escoltado por dos jóvenes peronistas. Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habían sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital y lo habían detenido en nombre del pueblo.
Uno de los jóvenes peronistas tenía a mano un cuchillo de combate, ante cualquier eventualidad, ante la posibilidad de una trampa policial, ante la certeza de no poder escapar de un cerco o una pinza, iba a eliminar al jefe de la Libertadora. Aunque después cayeran todos. Así se había decidido desde el principio”. El “fusilador” tenía que pagar sus culpas a la justicia del pueblo.

Era el 29 de mayo de 1970. El día en que el Onganiato festejaba por última vez el Día del Ejército. El día en que el pueblo festejaba el primer aniversario del Cordobazo. Habían nacido los Montoneros. El “Aramburazo”, como lo bautizó el pueblo, que jamás tuvo dudas respecto de los autores del operativo, fue el lanzamiento público de una organización político militar que habría de transformarse, en poco tiempo en ejemplo y bandera del peronismo, en la máxima expresión de la lucha del pueblo contra el imperialismo y todos sus aliados y sirvientes nativos.

En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso. Montoneros definió su proyecto y mostró un camino. El “Aramburazo” logró, en ese sentido, la mayoría de sus objetivos.

El primer objetivo del “Operativo Pindapoy”, como lo bautizaron en un principio los Montoneros era el lanzamiento público de la Organización, se cumplió con éxito. En cuestión de horas, días cuanto más, todos los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia; las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y toda las expresiones combativas del peronismo, se habían sintetizado en un grupo de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto lo supieron los gorilas de quince años atrás y los gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora, la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra cada nueva estrategia imperialista, la que había dado su ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.

El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo, Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las persecuciones y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal de Junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia de ese pueblo.

Por primera vez el pueblo podía sentar a un cipayo en el banquillo y juzgarlo y condenarlo. Eso hizo Montoneros en Timote: mostró al pueblo que, más allá de las trampas, las argucias legales y los códigos para reprimir a los trabajadores, había un camino hacia la Verdadera Justicia, la que nace de la voluntad de un pueblo. Aramburu fue, además, culpable de un delito que a los peronistas los había herido e indignado como pocas veces se indignó este pueblo. Aramburu había sido el artífice del robo y desaparición del cadáver de la compañera Evita. El pueblo lo sabía. Por esa intuición que lo caracteriza, el pueblo sabía, sin tener que preguntarle a nadie, que Aramburu era culpable de ese robo y de la mutilación del cuerpo de la Abanderada de los Trabajadores. Su recuperación, uno de los objetivos fundamentales del Aramburazo, no se pudo lograr. La negativa del “fusilador” a confesar, amparándose en un pacto “de honor” con otros gorilas, impidió que Montoneros supiera exactamente el paradero del cuerpo.

El último objetivo del Aramburazo se inscribía en la situación política que vivía el país en aquel momento.Aramburu conspiraba contra Onganía. Pero el proyecto de Aramburu para reemplazar el régimen corporativista de Onganía era políticamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó el Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal a través de “peronistas” de la calaña de Paladino, Coria y todos los burócratas y participacionistas. Aramburu, que fragoteaba con varios generales en actividad, había superado hacía mucho la torpeza gorila del 55 en materia política. En 1970 era un agente hábil del Imperialismo, un hombre que intenta vaciar al peronismo de contenido popular, en una maniobra eleccionaria de trampa. Usar al “peronismo de corbata” y a los traidores que aparecían como dirigentes para aniquilar al Movimiento, para aislar definitivamente al General de los peronistas. No le hubiera resultado muy difícil “engrupir a la gilada”, ofreciendo el olvido de viejos rencores, el mea culpa por los muertos, la negociación de los restos de Evita. En fin, todo lo que intentó Lanusse tres años después y que desbarató el pueblo. Pero en un momento en que las fuerzas del peronismo estaban lejos de ser óptimas. Y este objetivo también lo logró Montoneros. La dictadura tuvo que esperar dos años para intentar la trampa. Para entonces aquel reducido grupo era una organización poderosa. Y sus cantos de guerra ya no eran las lagrimas de algún viejo peronista emocionado por el acto de justicia histórica de “los muchachos de la guerrilla” ahora la voz de las multitudes que enfrentaban al régimen en todos los frentes de batalla con las banderas de todos los jóvenes que, un 29 de mayo, se largaron al todo o nada para enseñarle al imperialismo como contraataca y cómo golpea el pueblo a medida que se va organizando en la lucha.

MARIO: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular-una reparación por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer.

Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no teníamos formado el grupo operativo. Entre tanto, trabajábamos en silencio: le ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de le organización.

A fines del 69 pensamos que ya ere posible encarar el operativo. A los móviles iniciales, se había sumado en el transcurso de ese año le conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el cordobazo.
Por la Importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo Inicial de Montoneros se juega e cara o ceca en ese hecho.
ARROSTITO: Toda la “organización” éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez.
Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista, Fernando encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podían ser las cosas adentro.
MARIO: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso - de ese colegio - había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por periodos cortos, media hora, una hora.
Nunca nadie nos preguntó nada.
ARROSTITO: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.
Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.
MARIO: A medida que chequeábamos, fuimos variando el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos llevar uno de esos autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso.
Para eso hacía falla una buena “llave”. La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.
ARROSTITO: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas, hasta se hicieron pasar por boy-scout. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabia para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos -era un gorrón - le bailaba en la cabeza pero usamos la chaquetilla y las insignias.

¿COMO ENTRAR?
MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia exterior ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.
A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿Por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos.
El terreno. Justo en esos días que la operación iba tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo, una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron medía calle, justo del lado de su casa y nosotros teníamos que poner la contención ahí.

Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen “En reparación”, “Hombres trabajando”. Pero lo descartamos.
Después nos fijamos que el garaje del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio y que en dirección a Charcas había otro garaje, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí:
un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garaje.

LA HORA SEÑALADA

La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde vivíamos Capuano, Martínez y yo. Allí pintamos con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención. La pintamos con guantes, hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en los vasos y en las prácticas, llegamos a limpiar munición por munición con un trapo.

ARROSTITO: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando y yo, en Bucarelli y Ballivián, Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico. La noche del 28 de mayo, Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono, con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos que estaba en su casa. Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus. La mañana del 29 salimos de casa. Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y la Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator.

En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.
MARIO: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la “flaca” (Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás iba un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de cabo de la policía.
ARROSTITO: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada. El Peugeot iba adelante por Santa Fe.
Dobló en Montevideo, entró en el garaje. Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito.

Cuando vio los uniformes, dijo que si enseguida. Salieron caminando a la calle y entraron en Montevideo 1053.
Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré allí. Tenía una pistola.
MARIO: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos sobre la vereda. “El cura” y yo nos bajamos. Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance de la mano. Había otra en la caja al alcance del otro compañero. También llevábamos granadas.

Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación era que hacer si me aparecía ya que era “mi superior”, tenía un grado mas que yo. Pasaron dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: ¿Y porque la pick-up sí?” Le dije “Circule!”. Se fueron puteando.
En eso pasó un celular, le hice la venia al chofer y el tipo me contestó con la venia.
De golpe lo increíble. Habíamos ido allí dispuestos a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta de Montevideo y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro brazo. Caminaban apaciblemente.
ADENTRO
(FERNANDO, EMILIO)
Un compañero quedo en el séptimo, con la puerta del ascensor abierta, en función de apoyo.
Fernando y el Gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos en su apostura militar. Fernando un poco más rígido por la “metra” que llevaba bajo el pilotín verde oliva.
Los atendió la mujer del General. No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército. Los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse.
Al fin apareció sonriente impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares A Maza le descubrió enseguida el acento: “Usted es cordobés”. “Si, mi general”.
Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café se enfriaba, y el tiempo también y los dos muchachos agrandados se paraban y desenfierraban, y la voz cortante de Fernando dijo:
“Mi General, usted viene con nosotros”.
Así. Sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana.
¿Si se resistía? Lo matábamos. Ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivos.
AFUERA
MARIO: Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre el Gordo Maza que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando lo empujaba levemente con la metra bajo el pilotín.
Seguramente no entendía por nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba que sus captores eran militares.
Su mujer había salido. De eso me entere después, porque no recuerdo haberla visto.
Subieron al Peugeot y arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta por Rodríguez Peña hacia el Bajo, y nosotros detrás.


EL VIAJE

Cerca de la Facultad de Derecho detuvieron el Peugeot y trasbordaron a la camioneta nuestra. Capuano, la Flaca y otro compañero subieron adelante, Fernando y Maza con Aramburu, atrás. Allí se encontró por primera vez con “el cura” y conmigo. Debió parecerle esotérico: un cura y un policía; y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa. Se sentó en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no entendía nada. Le tomé la muñeca con fuerza y la sentí floja, entregada. Maza, “el cura”, la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar el Comunicado número 1. Quedaron Ramus y Capuano adelante, Aramburu, Fernando y yo atrás, Seguimos hasta el punto donde estaban los otros dos coches. Bajamos, Capuano subió al taxi, y nosotros nos dirigimos a la otra pick- up, la G¡adiator, donde había un compañero.

La Gladiator tenía un toldo y la parte de atrás estaba camuflada con fardos de pasto. Retirando un fardo, quedaba una puertita. Por allí entraron Fernando y el otro compañero con Aramburu. Adelante Ramus que era el dueño legal de la Gladiator y yo, siempre vestido de policía. Durante más de un mes habíamos estudiado la ruta directa a Timote, sin pasar por ningún puesto policial y por ninguna ciudad importante. Delante iba el taxi conducido por Capuano, abriendo punta. Un par de walkie-talkies aseguraba la comunicación entre él y nosotros. Otro par entre la cabina de la Gladiator y la caja.

En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que esta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la Gral. Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada como ahora. Salimos por Gaona, a partir de ahí empezamos a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos diseñado. El Río Lujan lo cruzamos por un viejo puente de madera, entre Lujan y Pilar por donde no pasa nadie. Si la alarma se hubiera dado enseguida, creo que igual nos hubiéramos escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba el taxi, legal, que traía las provisiones.

Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. “Aquí está”, dijo.
A la una de la tarde la radio empezó a hablar del presunto secuestro. Ya estábamos a mitad de camino.

Serían las cinco y media o las seis cuando llegamos a La CELMA, un casco de estancia que pertenecía a la familia de RAMUS. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos. La primera tarea de RAMUS fue distraer la atención de su capataz, el vasco Acébal.
Esto no fue fácil porque la casa de Acébal y el casco de la estancia estaban casi pegados y Ramus tuvo que arrinconar al vasco a un costado de la entrada hablándole de cualquier cosa, mientras Fernando y el otro compañero metían a Aramburu en la casa de los Ramus. Ese compañero estaba tan boleado que bajó con la metra en la mano. Pero Acébal no sintió nada y los únicos que aparecimos frente a él fuimos Ramus y yo, que me había cambiado el uniforme de policía.

EMPIEZA EL JUICIO
Metimos a Aramburu en un dormitorio, y ahí mismo esa noche le iniciamos el juicio. Lo sentamos en una cama y Fernando le dijo:
-General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionarlo. Recién ahí pareció comprender. Pero lo único que dijo fue:
-Bueno.
Su actitud era serena. Si estaba nervioso, se dominaba. Fernando lo fotografió así, sentado en la cama, sin saco ni corbata, contra la pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque se rompió el rollo en la primera vuelta.

Para el juicio se utilizo un grabador. Fue lento y fatigoso porque no queríamos presionarlo ni intimidarlo y el se atuvo a esa ventaja, demorando las respuestas a cada pregunta, contestando. “no sé”, ” de eso no me acuerdo”, etc.

El primer cargo que le hicimos fue el fusilamiento del General Valle y los otros patriotas que se alzaron con él, el 9 de junio de 1956. Al principio pretendió negar. Dijo que cuando sucedió eso él estaba de viaje en Rosario. Le leímos sílaba a sílaba los decretos 10.363 y 10.364, firmados por él, condenando a muerte a los sublevados. Le leímos la crónica de los fusilamientos de civiles en Lanús y José León Suárez.

No tenía respuesta. Finalmente reconoció: “Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios.”

Le leímos la conferencia de prensa en que el Almirante Rojas acusaba al general Valle y los suyos de marxistas y de amorales. Exclamó “Pero yo no he dicho eso!” Se le preguntó si de todos modos lo compartía. Dijo que no. Se le preguntó si estaba dispuesto a firmar eso. El rostro se le aclaró quizá porque pensó que la cosa terminaba ahí. “Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa”, dijo, e inmediatamente firmó una declaración en que negaba haber difamado a Valle y los revolucionarios del 56. Esa declaración se mandó a los diarios, y creo que apareció publicada en Crónica.

EL PROYECTO DE GAN (Gran Acuerdo Nacional)
El segundo punto del juicio a Aramburu versó sobre el golpe militar que él preparaba y del que nosotros teníamos pruebas, lo negó terminantemente, Cuando le dimos datos precisos sobre su enlace con un general en actividad, dijo que era “un simple amigo”. Sobre esto, frente al grabador, fue imposible sacarle nada. Pero apenas se apagaba el grabador compartiendo con nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación del régimen no daba para más, y que sólo un gobierno de transición -para el que él se consideraba capacitado para ejercer- podía salvar la situación. Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios de las clases dominantes.

EVA PERÓN
Es posible que las fechas se me confundan, porque los que llevamos el juicio adelante fuimos tres: Fernando, el otro compañero y yo. Ramus iba y venía continuamente a Buenos Aires. De todas manera yo creo que el tema de Evita surgió el segundo día del juicio, el 31 de mayo. Lo acusábamos, por supuesto, de haber robado el cadáver. Se paralizó. Por medio de morisquetas y gestos bruscos se negaba a hablar, exigiendo por señas qua apagáramos el grabador. Al fin, Fernando lo apagó.
“Sobre ese tema no puedo hablar”, dijo Aramburu, “por un problema de honor. Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura”.
Insistimos en saber qué había ocurrido con el cadáver. Dijo que no se acordaba. Después intentó negociar: él se comprometía a hacer aparecer el cadáver en el momento oportuno, bajo palabra de honor.
Insistimos. Al fin dijo: “Tendría que hacer memoria.”
“Bueno, haga memoria.”
Anochecía. Lo llevamos a otra habitación. Pidió papel y lápiz. Estuvo escribiendo antes de acostarse a dormir. A la mañana siguiente, cuando se despertó, pidió para ir al baño. Después encontramos algunos papelitos rotos, escritos con letra temblorosa. Volvimos a la habitación del juicio. Lo interrogamos sin grabador. A los tirones contó la historia verdadera: el cadáver de Eva Perón estaba en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano. La documentación vinculada con el robo del cadáver estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su honor se lo impedía.

LA SENTENCIA

Era ya la noche del 1ro. de junio. Le anunciamos que el Tribunal iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más. Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó la sentencia:
General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.
Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.
-Si no pueden traer un confesor” -dijo-, ¿cómo van a sacar mi cadáver?”
Avanzó dos o tres pasos más. “¿Qué va a pasar con mi familia?” Preguntó. Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias.

El sótano era tan viejo como la casa, tenia setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.
“Ah, me van a matar en el sótano”, dijo. Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola.
Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.
General -dijo Fernando-, vamos a proceder, -Proceda - dijo Aramburu.

Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho, Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.
Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle, fueron capturados por la policía en el allanamiento a una quinta en González Catán. El gobierno de Lanusse no los dio a publicidad.




 


 








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