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Buenos Aires, Argentina /
Fecha de Publicación:16/04/10  

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CRÓNICAS METROPOLITANAS

"No todos son tan fachos en Villa Urquiza"

Atardecer de un sábado agitado. Viene de Senegal o de Costa del Marfil. Acá no distinguimos demasiado. Ni preguntamos las razones y las formas en que sus huesos vinieron a dar a Buenos Aires. En todo caso, viene de algún vago lugar del África profunda. Tiene un nombre que, de entrada, nos parece impronunciable y, naturalmente, es negro...


Por anarresti

Viene de Senegal o de Costa del Marfil. Acá no distinguimos demasiado. Ni preguntamos las razones y las formas en que sus huesos vinieron a dar a Buenos Aires. En todo caso, viene de algún vago lugar del África profunda. Tiene un nombre que, de entrada, nos parece impronunciable y, naturalmente, es negro. Llegó hace ya más de dos años y, desde entonces, vende bijouterie dorada en la esquina de Monroe y Díaz Colodrero, a la salida del supermercado Coto. Los vecinos están habituados a su presencia; varios son sus clientes. Los chicos del quiosco de enfrente le guardan la mesita en la que exhibe su mercadería al fin de la jornada laboral. A pesar de cierta dificultad con un idioma duro y ajeno, el negro y su mesita de bijouterie barata se integran al ajetreado paisaje del centro comercial de Villa Urquiza.

Buenos Aires, sin embargo, no es el mejor lugar si uno es joven y pobre, negro por añadidura. Y menos las calles de Villa Urquiza, comuna 12, campo de experimentación de la nueva Policía Metropolitana, el último engendro represivo del macrismo. Hace un par de meses merodean por el barrio en vistosos vehículos de línea futurista. Su función específica no termina de quedar clara, su eficacia en la represión del delito se desconoce, como también se desconoce la porción del presupuesto público que se llevan sus autos, sus motos y sus sueldos. Lo que empieza a dejar de ser desconocido son los prontuarios de algunos de sus jefes. Para qué. Nacidos de las ambiciones presidenciales de Mauricio Macri, parecen ser portadores de la maldición del Fino Palacios, el malogrado jefe hoy preso.

Cuando, alertados por una compañera de la asamblea, llegamos a la esquina de Monroe y Díaz Colodrero el negro se aferraba a su mercadería, en tanto una veintena de vecinos se aferraba al negro o se interponía entre él y dos oficiales de la nueva policía que pretendían detenerlo y secuestrar sus cosas, alegando la violación de alguno de sus reglamentos para pobres. Los policías intentaban dar explicaciones, del mejor modo posible, a vecinos poco dispuestas a escuchar nada acerca de hechos que se explican por sí mismos. Es que ni la pátina de buenos modos, ni la apelación a legalidades, ni la gastada excusa de "la orden de la fiscal" y la obediencia debida, pueden ocultar el racismo y la injusticia básica del pretendido procedimiento. Acá se evidencia en que consisten las "políticas de seguridad" concebidas por los funcionarios de turno.

Y, como se sabe, el fervor es contagioso y cada vez son más los vecinos que, con sus bolsas de supermercado, se acercan a curiosear y terminan solidarizándose con el negro e increpando a los policías. Ya hay como cincuenta personas amontonadas en la esquina y el tumulto es inocultable. También hay una abogada, que les explica a los oficiales el abc de la constitución y los derechos humanos. En la calle, un patrullero de luces futuristas parado en doble fila, contribuye al caos general del atardecer del sábado.

Aumenta el número de vecinos indignados y vociferantes. El negro está mudo, aferrado a su valijita, la vista clavada en el suelo. Llegan tres patrulleros de la Policìa Federal, pero su dotación se limita a bajar de los móviles y a contemplar, a distancia, la situación. Hacen comentarios y se ríen. Ostensiblemente, no hacen ningún esfuerzo en disimular la satisfacción que les produce ver a sus colegas metropolitanos en apuros. Los metropolitanos, por su parte, tardan en comprender que perdieron la partida pero, finalmente, comprenden. Rodeados por una multitud que aumenta, parecen entender la inutilidad de sus uniformes y se reducen a su dimensión de ratas, de pulgas, de amebas. Sòlo les resta buscar una retirada digna. O como se pueda. Y se van, entre gritos y aplausos generalizados.

Es el turno de la federal. El policía que se presenta está vestido de civil. Es subcomisario de la 39, con jurisdicción sobre la esquina. Está de acuerdo con los vecinos, garantiza la seguridad y el lugar de trabajo del negro, ofrece el número de su celular para que lo llamemos ante cualquier problema. "Nosotros somos la policía de siempre", explica con aire bonachón. ¡Ah, bueno! Ahora estoy más tranquilo.
Estamos contentos cuando volvemos a la asamblea. Escucho que, atrás mío, alguien dice: "Al final, no todos son tan fachos en Villa Urquiza".





 


 








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