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Buenos Aires, Argentina /
Fecha de Publicación:10/07/07 Redacción ParqueChasWeb

Funciones de la nota


INUSUAL FENÓMENO METEOROLÓGICO

Después de 89 años nevó en Capital Federal

La nevisca o aguanieve sorprendió ayer a los vecinos de los barrios porteños y el Gran Buenos Aires. La última vez que la Ciudad se cubrió de blanco fue el 22 de junio de 1918.

El fenómeno comenzó a partir de las 14 con la caída intensa de copos de nieve, que al llegar al suelo se deshacían, porque todavía la superficie no estaba los suficientemente fría para conservarlos.

Jorge Leis, del Servicio Meteorológico Nacional, dijo a Télam que "el fenómeno se originó en la irrupción de aire polar en los niveles medios de la atmósfera y a la baja temperatura existente en la superficie, lo que impidió que los copos de disolvieran al acercarse a la tierra".

"Las temperaturas más frías estan por venir en los próximos días, debido a la acción de los vientos y la humedad, pero los copos de nieve caerán sólo hasta esta madrugada", aseguró el meteorólogo. Los porteños y bonaerenses, al notar que el aguanieve se transformaba en copos, comenzaron a salir a las calles abrigados con gorros y bufandas para sacarase fotografías.

La nevada más intensa que cayó sobre Buenos Aires se registró en junio de 1918, cuando se acumuló en las calles y en las copas de los árboles, y en 1928 y 1967 hubo fenómenos similares, pero en forma de aguanieve o nevisca.

En esa época, Buenos Aires no vivía el fenómeno actual que los meteorólogos llaman "isla de calor", por el cual la creciente urbanización hace que la temperatura terrestre se eleva e impide la acumulación de nieve.

La fuente del Servicio Meteorógico precisó además, que "es frecuente la irrupción de aire polar en los niveles medios de la atmósfera, sólo que los copos al llegar a la superficie se disuelven".

Lo que para algunos fue alegría, para otros no tanto: Un hombre fue encontrado muerto a las cinco de la mañana, con tres grados de temperatura y uno de térmica. Estaba tapado con cartones, en la esquina de Chacabuco e Independencia.


20.15 Calle Habana entre Cuenca y Campana
Foto: ParqueChasWeb


Crónica de la nevada de 1918
Las quejas climáticas de los porteños parecen no tener fin. Desde siempre se maldicen los "veranitos" invernales, la vieja Sudestada o la moderna corriente Del Niño. Pero, rarezas meteorológicas eran las de antes....

Sin duda alguna 1918 fue un año muy especial para el mundo y especialmente para los argentinos. Para todas las naciones fue el año de la Paz. El general Foch se hacía cargo del frente aliado en la legendaria batalla de Verdun y comenzaba así el derrumbe alemán. Mientras comenzaba a apagarse lentamente la estrella del Kaiser el andamiaje imperial ruso era desmantelado luego de la revolución bolchevique.

Mientras todos estos acontecimientos tenían lugar en la vieja Europa, en nuestra Argentina –más precisamente en Comodoro Rivadavia– nuevas napas petrolíferas prometían un futuro de grandeza. En el campo hípico, el triunfo de Botafogo sobre Grey Fox fue presenciado por miles y miles de aficionados, en una revancha que llegó a paralizar el pulso de los porteños.


22 de junio de 1918: Plaza de Mayo nevada (AGN)

Días antes, una compacta multitud se había volcado al puerto metropolitano para recibir a la legendaria Fragata Sarmiento, que regresaba a Buenos Aires trayendo los restos de Bernardo de Monteagudo.

Pero para los porteños faltaba el "postre" principal. Y llegó entre las 17 y las 18 del día 22 de junio. Una sorpresiva, inesperada y atípica nevada alfombró de blanco las calles de la ciudad y cubrió el verde de plazas y paseos públicos. Ese nuevo huésped hizo que la población se largara a la calle. Los empleados dejaban sus puestos en las oficinas, muchos tranvías detuvieron la marcha y todos los pibes, no faltó ninguno, pretendieron concretar el sueño del muñeco propio, tal como solían verlos, con mal disimulada envidia, en fotos que llegaban desde lejos.

¿A qué se debió el milagro? Llovieron explicaciones de los especialistas en metereología, pero prevaleció cierto mix de sorpresivos descensos en las marcas térmicas, alguna incidencia de la Luna, un furioso temporal desatado en la zona cordillerana, más la presencia de fuertes vientos provenientes del cuadrante oeste. Así se había provocado el milagro.

Sea como fuere, lo cierto es que la Plaza de Mayo, la del Congreso, el Zoológico y el Rosedal quedaron tapizados con gruesos copos, que por otra parte colgaban de los árboles y alfombraban balcones.

Ya antes, en el mes de agosto de 1917, se había registrado una breve precipitación de nieve, pero de ningún modo llegó a adquirir los contornos y el atractivo de la de 1918.

Para tener una idea de la intensidad con que nevó y la cantidad de nieve caída, bastaría con citar que el famoso escultor italiano Zonza Briano, que en esos momentos residía en Buenos Aires, se animó a levantar sorprendentes tallas en los bosques de Palermo, modelando con sus manos esculturas tan atractivas como efímeras.

Bien vale la pena reproducir la crónica de un matutino porteño, refiriéndose a un fenómeno que hoy, a casi 80 años de ocurrido, sigue siendo cita obligada en cuanta charla sobre rarezas meterológicas se registre. Decía así : "...en las calzadas, en los canteros de las plazas, en las aceras del Este y del Norte, por causa del Pampero, fue creciendo la fina capa de lana blanca hasta varios centímetros de espesor. El cuadro no dejó de tener todo lo que la pintura, las fotografías, crónicas y libros, habían reflejado sobre la nieve.

La Plaza del Congreso se convirtió en una verdadera plaza europea, con su césped y macetas completamente nevados. También la reproducción de El Pensador, de Rodín, dejaba caer las colgaduras, cual blancas estalactitas, como tanto las conoce el original".

Aquella nevada de 1918 fue una yapa poética que esperaban los porteños. Tal vez fue obra de la Providencia, como para mitigar el dolor de todos por la muerte del inolvidable poeta Guido y Spano, ocurrida aquel año.

Han pasado casi 8 décadas y pocos recuerdan que el fenómeno provocó que gran cantidad de líneas telefónicas quedaran cortadas, tal como fue informado por la empresa Unión Telefónica, o que los tranvías de la Anglo Argentina debieron suspender sus servicios en Pueyrredón y Corrientes, ya que la nieve acumulada en ese lugar impedía hacer el cambio de vías.

Todas las salidas del Ferrocarril Sud –desde Constitución a La Plata– debieron también suspenderse. La nieve visitó a Buenos Aires en otras dos ocasiones: en la mañana del 13 de julio de 1920 y en la madrugada del 4 de junio de 1921. Pero en ninguna de esas dos ocasiones los porteños pudieron revivir las alegrías y las emociones de aquella gran nevada del ‘18, que los memoriosos y los nostálgicos siguen recordando como "El día que Buenos Aires se vistió de novia...".

Lo inevitable

Por muchos motivos, la nevada de 1918 fue histórica para los porteños y se la sigue recordando con nostalgia y alegría. Pero tuvo su costado oscuro, doloroso, policial.

En efecto, seis personas murieron de frío. Cuatro eran vagabundos que solían dormir a la intemperie. Otro era un vecino, de apellido Nuñez, que arrastraba un viejo problema cardíaco y a quien la nevada sorprendió camino a su casa. No se sabe bien por qué motivo se sentó en un banco de la Plaza Lorea.

Algunos piensan que el intenso frío le provocó una indisposición que le impidió seguir caminando y optó por sentarse en ese banco del barrio de Congreso, buscando reponerse, mientras a su alrededor, alejados totalmente del problema que enfrentaba, los jóvenes y los niños disfrutaban del meteoro.

Dicen que un transeúnte lo encontró, ya sin vida. La sexta víctima fatal fue José Luis Moreno, un singular personaje al que muchos porteños conocían como El Indio. Su cadáver fue encontrado días después por un perro que revolvía basura en un baldío.

También el Río de La Plata tuvo su víctima. Era un pescador que se había largado con su bote, siendo sorprendido lejos de la costa. Un diario de la época cuenta que debieron quebrarle los huesos de su mano derecha para poder separarlo de su caña de pescar.

Si a todo esto agregamos que hubo 123 heridos, debido a caídas que provocaron fracturas y luxaciones, por el pavimento y las veredas resbaladizas, tendremos que no todos pueden seguir evocando aquella nevada con la misma nostalgia y emoción.

La crónica precedente fue escrita por el recordado periodista Enrique Sdrech en 1998.

Fuente: www.sidus.com.ar



El 22 de junio de 1918 ocurrió un hecho insólito en Buenos Aires: la nieve cubrió la ciudad y sus alrededores

Ese día habían acudido al hipódromo de La Plata el pianista Agustín Bardi, “El Chino”, y sus amigos Francisco Castello y Pedro Fiorito. Luego de la carrera, el trío se demoró cenando en una parrilla y emprendió el viaje de regreso en el mismo Ford a bigote en que habían ido, propiedad del último de los nombrados.

Quiso la suerte, o la mala suerte para hablar con mayor propiedad, que el vehículo se les descompusiera a la altura del Parque Pereyra Iraola. Hallar por aquellos parajes un taller mecánico era cosa imposible. Como si fuera poco, en ese mismo momento, o quizás un poco antes, ¡la inesperada nevada!

Ver caer la nieve sobre Buenos Aires es algo así como haber sido testigo del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. De modo que aquellos viajeros deberían estar entre deslumbrados por el inusitado espectáculo y, a la vez, molestos por el frío y el automóvil que no mostraba la mínima voluntad por volver a arrancar.

Bardi pudo haber experimentado cualquiera de las dos sensaciones o acaso ninguna, ya que estaba completamente abstraído, tarareando las notas de un tango que se le acababa de ocurrir. La inspiración suele llegar cuando se le antoja y, a veces, no en el momento más propicio para crear una obra de arte. Pero así son las cosas.

La segunda parte de la historia ocurrió ya superado -no sabemos cómo, pero de alguna manera-, el inconveniente. Bardi se encuentra, poco tiempo después, con su amigo y colega Eduardo Arolas, en el café T.V.O. del barrio de Barracas. Allí le narró al “Tigre del Bandoneón” lo ocurrido durante la nevada camino a la Capital, sin excluir el detalle del nuevo tango que se le había ocurrido y que aún no le había encontrado título. Ni lerdo ni perezoso, Arolas lo halló y resultó sumamente apropiado: - “Ponele ‘¡Qué noche!’, Chino”.

Fuente: www.agendadereflexion.com.ar



Enrique Martínez y Palpa (Colegiales) en la nevada de 1918.

Foto gentileza Museo Fotográfico SIMIK-Familia Sesana

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